Abraham Sarmiento y el cuadro centenario sobre la Fundación de Cuenca
Siete años después de haber terminado su famoso óleo, en agosto de 1929, Abraham Sarmiento Carrión moría en Cuenca. Este notable artista cultivó el dibujo, la pintura, la escultura, pero sobre todo destacó en la litografía. Fue alumno del español Tomás Povedano y del célebre pintor quiteño Joaquín Pinto, así como del maestro litógrafo Joseph Kern; todos impartían clases en la Escuela de Pintura de la Universidad de Cuenca, de la cual Sarmiento fue director desde 1906 hasta su deceso. Con gran maestría, Sarmiento ofreció a los lectores una vasta producción de ilustraciones en libros, revistas, y otros documentos que guardan su valioso trabajo.
Las referencias a su obra destacan, con razón, la notoriedad que le brindó la serie de cromolitografías que realizó para el libro “Los aborígenes de Imbabura y el Carchi” (1910) de autoría de Monseñor Federico González Suárez. Se dice que el célebre arzobispo buscó que las ilustraciones se realizaran en París, dado el incipiente desarrollo de las artes gráficas en el Ecuador, pero luego de ver la calidad del trabajo de Sarmiento decidió que él las realizara. Sin embargo, su enorme pintura sobre la fundación de Cuenca es quizá su obra más emblemática para la colectividad. Este óleo ha aparecido en diferentes publicaciones y en 1957 tuvo amplia difusión en una cuidada emisión de sellos postales por parte de la Dirección Nacional de correos del Ecuador, con motivo del cuarto centenario de la fundación de la ciudad.
El género de paisaje histórico relaciona a la naturaleza con personajes a través de un acontecimiento relevante, normalmente idealizado, que sea capaz de evocar sentimientos o vuelo imaginativo en el observador, como indica la historiadora del arte Alexandra Kennedy. Es así como este cuadro posee características pictóricas destacables y también un sentido simbólico de gran relevancia para la ciudad. La escena que talentosamente se reconstruye en este óleo ocurre en un lugar concreto: Turi, al sur de Cuenca. Esta localización es ideal para admirar en todo su esplendor el emplazamiento de la futura ciudad española, en el que antes se asentaron cañaris e incas. En el cuadro se representa con claridad algunas características paisajísticas: un valle amplio y despoblado, lleno de vegetación y cruzado por tres ríos. El Tomebamba, al fondo, forma una línea recta y discreta; más próximos los sinuosos Tarqui y Yanuncay, que terminan confluyendo en un delta que se aprecia al extremo derecho de la obra. Pero ese paisaje se vuelve un territorio histórico gracias a su interacción con figuras humanas: tres hombres que observan desde el borde de una ladera. En la parte posterior se encuentra la figura del cacique Juan Duma señalando con su índice un lugar familiar; por delante aparece Gil Ramírez Dávalos sosteniendo su espada con la mano derecha y, extendiendo el brazo, sujeta su sombrero con la mano izquierda: un doble gesto de autoridad y de saludo al paisaje sobre el que vislumbra una ciudad española; detrás de él, otro personaje, el escribano Antón de Sevilla, atestigua el diálogo entre los hombres y la naturaleza.
En esta escena se expresa el cambio profundo que supone una fundación en un territorio tomado por la cruenta fuerza histórica de la conquista. Los personajes indígena y extranjero señalan el lugar en donde sus culturas confluirán en un mestizaje que es el sello característico de la tierra americana. El escribano, como los ojos de la corona instalándose más allá del atlántico, certifica el acontecimiento y el siempre conflictivo encuentro entre culturas. Bajando las laderas de Turi se habría puesto en marcha el proceso de institución de la nueva ciudad el 12 de abril de 1557, fundación a la que seguiría, el 18 de abril, el nombramiento de algunos vecinos como miembros del naciente cabildo.
Con esta pintura, que estimula la imaginación, que crea imágenes para lo que normalmente se encierra en descripciones, Sarmiento abrió espacio a la relevancia pública de su obra. Curiosamente este cuadro estuvo en posesión de dos respetados bibliófilos cuencanos: José Mogrovejo Carrión y Miguel Díaz Cueva, quien mantuvo el óleo en su biblioteca hasta el final de sus días y hoy es conservado por sus hijos. La obra de Sarmiento debe ser apreciada por la ciudadanía. Este cuadro, por su valor artístico y simbólico, merece ser acogido y expuesto para la posteridad por el municipio de Cuenca, como institución heredera de ese momento histórico inicial. Este sería su espacio natural pasados 466 años desde la fundación española de Cuenca, y más de cien años desde la culminación de este espléndido óleo. (I)