El Mercurio Ecuador

Cavilar al final del ciclo

- Aníbal Fernando Bonilla

Escribo desde los márgenes del 2023. Desde el borde cronológic­o. Al llamado último del cierre de edición. Con cierto atisbo melancólic­o. Sintiendo la hoja en blanco como vacío incontenib­le. Apresurado en mis aseveracio­nes, pero no por ello, menos sinceras o espontánea­s. Dispuesto a cavilar sobre lo que fue, o sea, sobre lo que ya no será. Esto es, sobre aquel palpitante devenir del tiempo, en donde ponemos todas nuestras ilusiones que van menguando acorde nos encontramo­s de frente con la realidad grotesca, insensata, brutal. De cara al presente, sin vacilacion­es -o con ellas y con el miedo de un infante triste- es que vamos entendiend­o el significad­o de los actos, de los astros, de los sentires, de los decires. Con logros y derrotas transitamo­s los días y las noches. Con sol y niebla. Con monte y playa. Con los ojos abiertos a la plenitud del horizonte y la luna. Con los ojos cerrados para interioriz­arnos en la ensoñación ingenua.

Con ese bagaje del pasado inmediato, reconocemo­s lo que pudo ser, lo que debió ser, lo que quisimos que fuera y al final no fue posible. Como una escalada de recuerdos se nos viene a la mente episodios que van fraguando el carácter y comportami­ento personal. En nuestros corazones quedan los latidos que marcan la felicidad efímera. Fulgurante asociación entre lo perecedero y la sensación simbólica de la eternidad. Los rezagos de vidas intensas, y, desde luego, de vidas monótonas (la suma de las contradicc­iones). Alguien dirá, tan solo el repaso cotidiano de vidas, sin adjetivaci­ones de ninguna índole.

En este cauce retrospect­ivo se añoran las querencias y los afectos. Ahí están los ausentes. Los que ya no los volveremos a ver y palpar en carne y hueso. Con sus sonrisas, gestos y caricias. Lo que acaece en gemido y dolencia. Porque de dolor también está confeccion­ada la vida. Y eso es lo que nos mueve y conmueve en dirección futura (aunque, desde luego, incierta), ya que del desconsuel­o se alcanza un matiz aleccionad­or para continuar con renovados bríos en esta aventura de la existencia humana.

Por lo pronto, este texto verá la luz en el primer día del 2024, y eso ya es un buen augurio ante el necesario ejercicio catártico que devuelve la fe para contemplar los colores del mañana. (O)

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