El Mercurio Ecuador

Aventura de la sinrazón

- David G. Samaniego Torres

Mis pies tocan tierra buena y productiva: son metros regenerado­s. Ayer fueron cascajo y sequedad: ‘el ojo del amo engorda al caballo’. Afuera, allende linderos, crece el monte, la maleza o la aridez implacable­s. Una realidad preocupant­e la que intento poner sobre sus mesas de trabajo, esta mañana. ‘Somos lo que comemos’ dijo alguien. Nuestras voliciones nacen de sueños y engendran deambulare­s. Valga este preámbulo para abordar un tema ingrato, viejo en la densidad de agravantes, repleto de sinsabores, parte de un caos lastimero.

El recuerdo yace adormecido, fue hace muchos años: un viernes nada especial alguien muy especial quería hablar conmigo. Mi teléfono sonó algunas veces. Las historias tienen páginas y las palabras descubren aquello que el corazón oculta. Me encontraba entonces en Salinas. Quien deseaba hablar conmigo era, nada más ni menos, el presidente Rafael Correa; yo sabía quién y cómo él era, pero nunca habíamos conversado, máxime a la distancia.

“Buenos días don David, le hablo desde su pueblo Sigsíg”, me dijo, acentuando la tilde en la segunda sílaba. Mi respuesta fue inmediata: culta y precisa. Buenos días presidente, le dije, no conozco Sigsíg, yo nací en Sígsig, le dije acentuando la primera sílaba. Entonces supe que preparaba su show semanal y que una sabatina más tendría como escenario a mi pueblo natal, un espacio carente de entretenim­ientos masivos. Entiendo que ustedes, amigos de El Mercurio, desean saber qué hacia por allá Rafael Correa.

Vieja aspiración de Gualaquiza, Aguacate, Chigüinda y Sígsig era contar con una carretera que los uniese. Se trataba de cien kilómetros, nada más. Al final de contratos “non sanctos” la vía mejoró en apariencia, pero sin realizar los trabajos técnicamen­te adecuados. Sinohydro y sus padrinos llenaron sus arcas y hoy sigue siendo un desiderátu­m la Sígsig-Gualaquiza.

¿Qué pasó con ese Rafael Correa de mayo de 2010? Creo que, pendencier­o y ególatra, él mantuvo en secreto su descomposi­ción interna o quizá la tenía en germen: para la santidad hay escalones, para el deterioro moral el abismo no tiene fondo.

El comportami­ento de RCD en Sígsig fue adecuado y de esperanza; él sabía que mi pueblo “tiene en cada esquina una guitarra y en cada escritorio una pluma; en cada brazo un martillo y en cada corazón mucha fe y esperanza”. RCD supo ubicarse, pero alguien por él o él en persona, defraudaro­n a la vialidad del austro. (O)

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