El Mercurio Ecuador

Los nuevos “ñañitos”

- Santiago León

Aver. Primero, lo primero. Hay que aclarar el contexto antes de cualquier cosa. Con esta columna no estoy echando porras a ninguna autoridad. Simplement­e, haremos un análisis de los nuevos “ñañitos” de la ciudad.

Así que vamos a relajarnos un momento. Dejemos a un lado la crisis familiar de don “Fito” o cómo los coshquitos les meten una buena paliza a los tigrecitos. Ya no han sido tan varones cuando les caen con garrote. Ahora, maúllan. Antes rugían y andaban rulay.

Qué desgracia, siempre me voy por otro lado. Hay veces que me distraigo con facilidad. TOC creo que llaman a estos comportami­entos distractor­es. En fin. Estas semanas hemos visto un nuevo idilio político. Uno que fluye a flor de piel. ¡El amor está en el aire!

¿De qué lazo amoroso se preguntará­n? Bueno, les cuento. El Alcalde de Cuenca y el Prefecto del Azuay ahora son los nuevos parceros. Panas, yuntas, ñañitos. Se los mira juntitos de arriba para abajo. Han liderado la situación de la provincia de manera correcta. Ahora, la gente tiene certezas de lo que hace o se deja de hacer.

¡De eso trata! Caramba, muy aparte de sus ideologías políticas y juramentos a sus líderes chiflados, la ciudadanía espera que sus autoridade­s se sienten a trabajar. Que solucionen los problemas de los habitantes. Y en este caso, los números están a la vista. Ambas autoridade­s tienen buenos números de aceptación.

Facilito, ¿verdad? No hay por dónde perderse. Los mandatario­s no tienen horario de oficina. Si hay un derrumbe, en la madrugada, deben dejar a un lado lo que están haciendo y volar para liderar la situación. Se ha preguntado cómo se puede sentir una persona cuando su alcalde o prefecto les extiende la mano, en medio de una crisis. Pues se transforma en confianza. ¡En gratitud!

Pero hay políticos giles que no entienden. Se la pasan peleando por redes sociales. Únicamente dividen a la población. O si no, vea el caso del rayado alcalde de Guayaquil bronqueado con la prefecta Marce. Mientras tanto, sus habitantes naufragan. Las vacunas que reciben no alivian el dolor, más bien los llena de ansiedad y temor. A cada hora tienen que recoger cadáveres de las calles. (O)

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