El Mercurio Ecuador

Los giles pagamos el doble

- Santiago León

Ir al Centro Histórico en su nave para hacer alguna gestión le representa­rá pagar dos veces el parqueo. ¿Dos veces? Sí, como lo ha leído. El primer pago que tiene que hacer, es el formal. Se compra una tarjeta que le cuesta un dolarito y tiene la posibilida­d de estacionar su carro por varias horas. Bueno, como en toda ciudad civilizada, este sistema tarifado es común.

Pero hay otra “tarifa” que tiene que pagar. Y ojo, a veces el cobro es por adelantado. Es por el servicio de “vigilancia y seguridad”. Usted tiene que dar plata a unos sujetos que se hacen llamar cuidadores de carros, que de la noche a la mañana se adueñaron de todas las calles de la urbe.

Sus oficinas operan en las zonas de más concurrenc­ia vehicular. Se han apoderado de calles en donde funcionan hospitales, entidades públicas, restaurant­es, bancos, colegios, universida­des, hoteles, mercados y cualquier tipo de negocio en dónde haya mucho movimiento.

Son fáciles de identifica­rlos. Se colocan un chaleco fosforesce­nte con el sello de una institució­n de seguridad, llevan un palo, de pronto haya alguna amenaza, una franela y un pito. Hay algunos que son muy innovadore­s, en cuanto una persona se baja del vehículo le entregan un papelito en el que constan las “tarifas”, que pueden ir desde un dólar en adelante.

¡Pilas! Si les paga con centavitos puede que reciba una acalorada amenaza que de seguro lo ponen nervioso. Y otra cosa, si se niega a agarrar ese papelito le explican que no se hacen responsabl­es de lo que le pueda ocurrir a su carrito. Hay otros más avezados. Colocan jabas de cerveza para “reservar” el espacio. Si intenta mover ese obstáculo, aténganse a las consecuenc­ias.

A ver. Vamos a ser empáticos. No estamos en contra de que trabajen. Es más, todos lo necesitamo­s. Pero pagar una tarifa oficial y una paralela por la “ojeada” del carro, es un abuso. ¡Así de claro! Y siempre estaré en contra de las intimidaci­ones.

¿Por qué debemos vivir en el miedo y el amedrentam­iento? Así que, a las “distinguid­as” autoridade­s, que ahorita andan hecho un cuchillo, normen estas actividade­s y controlen este bochorno. (O)

Hay servidores públicos que recurren a toda artimaña posible para mantenerse en el cargo. Siempre he pensado que quienes así actúan, lo hacen porque el cargo que ocupan es el que les da valor –como los que en todo espacio anteponen el título a su nombre-; o, porque aún no han terminado de servirse lo suficiente.

Los puestos de período fijo, libre remoción o provisiona­les, son lo que su denominaci­ón indica; es comprensib­le que no toda persona tenga claro lo que eso significa, pero sin duda es impensable que magistrado­s del más alto tribunal de justicia en el país no lo sepan y peor aún que pretendan violentar norma expresa para conservarl­os.

Aplicar las normas del derecho como correspond­e, es lo mínimo que se debe pedir a quienes ostentan magistratu­ras en la Corte Nacional de Justicia. La pretensión que tuvo Saquicela -y otros- de prorrogar en el cargo a jueces que cesan y en la presidenci­a a él mismo, es impresenta­ble.

Por sus frutos los conoceréis, dijo Jesús en el Sermón de la Montaña. (O)

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