El Mercurio Ecuador

Los políticos en el país del absurdo

- Jorge L. Durán F.

Parece una contradicc­ión, tamaño de un agujero negro, de esos que abundan en el espacio. Pero en este país del absurdo todo es posible. Es más, abundan los afanes para que así ocurra.

“No soy político”. “No somos parte de la vieja política”. “No somos politiquer­os”. La mariposa renegando haber ser sido, primero, oruga; el canguro, marsupial.

Esas y otras bellaquerí­as son comunes oír en el Ecuador del absurdo. Y como todas esas verrugas intelectua­loides proliferar­on en estas cuatro últimas décadas, a no pocos se les ocurrió hablar de la partidocra­cia, como si en cuyo vientre se incubaron todos los males de la República, y había que extinguirl­e, incluyendo a los que ponían sus larvas.

Devino, entonces, la movimiento­cracia. Esos clubes electorale­s que nacen por generación espontánea, cuyos “líderes” siempre peroran aquellas cantaletas, pero terminan reproducie­ndo los mismos vicios de aquéllos, superándol­os con creces.

En semejante contexto, imposible gestar un proyecto de país, sin que importe mucho las ideologías. Algunas intencione­s murieron tan pronto fueron expuestas.

Desde hace cuarenta años, o más, arrastramo­s los mismos vicios, las mismas inequidade­s sociales, las mismas entelequia­s; peor aún, los mismos problemas que reproducen las mismas crisis, todas ellas envueltas en la misma red indescifra­ble: la económica.

¿El Ecuador está para no ser gobernado por los políticos? ¡Qué ironía! Algo así como sin un partido de fútbol se jugara sin futbolista­s.

Pero ¿hay políticos de verdad, en el sentido que sobre la política pensaba Aristótele­s? Mmm.

Aterricemo­s. En la situación de profunda crisis fiscal y de seguridad en la que está el país, contados son los políticos

- ejerzan o no un cargo de elección popular - que propongan soluciones reales, a lo mejor dolorosas algunas, con miras a sanar, de una vez, las heridas, cuyo proyecto a largo plazo sea que el enfermo se pare en firme, camine por sí sólo y mire directo.

No; ¡qué va! Se imponen los politiquer­os, es decir los que reniegan de la política auténtica; aquellos que apuestan por el cálculo, por conservar sus parcelitas de poder; optan por la truculenci­a, por calentarse las manos sin querer ni siquiera prender la estufa; por echar aceite en las gradas para que resbale el otro; o, a lo mucho, proceden como quien recomienda remedios para el enfermo, pero restándole el suero a otros.

Con esos “tipejos”, este barco del absurdo nunca llegará a buen puerto. Pero quieren timonearlo. Obvio, para “pescar a río revuelto”, y entregarle a ratas, piratas y pirañas. (O)

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