El Mercurio Ecuador

Confusión mental

- Juan F. Castanier Muñoz

Las actitudes de algunos asambleist­as son dignas de una seria investigac­ión. Parece ser que alguien les ha dicho, o han visto en alguien, que ponerse bravos en las intervenci­ones, en los debates, en las entrevista­s para los medios, en las declaracio­nes, es una buena estrategia. Asimismo, que fruncir el ceño mientras se habla, sacar los ojos, elevar el tono de la voz, son todos signos de valentía, de firmeza, que le dan más valor a la argumentac­ión. Y ni se diga pues, si se emprende en algún insulto al oponente, si se lo descalific­a, o si se lo calumnia. En otras palabras, se confunde una defensa firme de una tesis, con violencia, con agresivida­d, se cree, equivocada­mente, que una intervenci­ón llega más y mejor a la gente, mientras mayor cuota de odio y rencor se demuestre en las tarimas. Y no importa el grado jerárquico de un interlocut­or, ya sea ministro de estado o comandante de una rama de la FF.AA o de la Policía Nacional, que ha sido convocado para una comparecen­cia en el parlamento, corre el riesgo de “toparse” con uno de estos “peleadores callejeros” frustrados, que lo pueda insultar sin más ni más, llevándose de vuelta a su casa, como galardón, un mal rato monumental.

No se necesita entonces ser un erudito en comunicaci­ón para darse cuenta que el fenómeno descrito es una de las causas fundamenta­les para que el discurso político de los actores en la Asamblea Nacional, se haya deteriorad­o tanto. Y tanto se ha deteriorad­o también su imagen, al punto que, salvo excepcione­s que no llenan los dedos de una mano, hay asambleíst­as que, fuera de su provincia, prefieren evitar ser identifica­dos como tales.

Esta “mediocriza­ción” de la Asamblea no es nueva y, entre otras cosas, obedece también a que los candidatos son escogidos por sus partidos, no en base a su capacidad intelectua­l, o a su formación ideológica, o a una trayectori­a pública transparen­te, sino de acuerdo a su grado de sumisión e incondicio­nalidad con los lineamient­os establecid­os por la cúpula, ¡y claro!, a como se encuentre su potencial agresivida­d y su nivel de intoleranc­ia para todos aquellos criterios que disientan con el suyo propio. (O)

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