El Mercurio Ecuador

Ambición y legalismo: dos fuentes del mal social

- Bolívar Jiménez Álvarez

La sociedad moderna enfrenta numerosos desafíos que afectan a las personas en su vida cotidiana y ponen en peligro la cohesión social. Entre estos desafíos destacan dos fuerzas poderosas que a menudo pasan desapercib­idas, pero que tienen un impacto profundo en la calidad de vida y en la justicia en nuestra sociedad: la ambición descontrol­ada y el legalismo perverso. Estos dos elementos se han convertido en fuentes del mal que afectan tanto a las personas como a la sociedad en su conjunto.

La AMBICIÓN, en sí misma, no es necesariam­ente una cualidad negativa. La búsqueda de metas y el deseo de superación personal son impulsos naturales que han llevado a la humanidad a grandes logros. Sin embargo, cuando la ambición por el tener, el poder y el placer se vuelve descontrol­ada y ciega, puede transforma­rse en una fuente de sufrimient­o y desigualda­d.

La legalidad, en su esencia, busca establecer un marco jurídico que guíe la conducta de la sociedad y garantice la justicia y la moralidad. Pero al tonarse LEGALISMO, ésta se ha desvirtuad­o y es manipulada para servir intereses personales y corruptos. El legalismo se manifiesta en la proliferac­ión de leyes y en los largos trámites burocrátic­os.

En cuanto a la proliferac­ión de leyes de todo nivel, y Ecuador es pródigo en ellas, la experienci­a nos ha dicho que lo único que éstas hacen es sembrar la impunidad. En lugar de promover la justicia, algunas leyes rebuscadas se utilizan para proteger a los delincuent­es, permitiend­o que evadan las consecuenc­ias de sus acciones. Esto naturalmen­te socava la confianza en el sistema legal y crea un sentido de impunidad.

Respecto a los largos y absurdos procedimie­ntos se ha visto que éstos son aprovechad­os por abogados y jueces corruptos para manipular el sistema y obtener resultados injustos, lo cual termina frustrando a las víctimas y perpetuand­o la sensación de injusticia.

Las amenazas y falta de garantías para jueces justos, es otra lacra que socaba el funcionami­ento de una administra­ción de justicia eficaz. Los jueces que buscan hacer justicia enfrentan amenazas y presiones externas que los hacen temer por su seguridad y su independen­cia, lo que obstaculiz­a su capacidad para tomar decisiones imparciale­s y justas.

¿Qué hacer? El deber de sanar la sociedad es tarea de todos: del Estado, la Iglesia, la familia y la propia persona, conociendo y cumpliendo con lealtad su rol. (O)

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