El Universo

ALGUIEN TENÍA QUE DECIRLO

- Por Jorge Barraza barrazajor­ge.11@gmail.com

“Nadie dice vamos a ver correr al fútbol; se dice vamos a ver jugar al fútbol”. La frase, que extravió a su autor, es muy ingeniosa. Y cierta. Procede de un amante del preciosism­o y la bola al ras, enemigo del frenético ritmo físico actual. Como la de Valdano, ese gran acuñador de sentencias: “Al fútbol se aprende a jugarlo en una cancha, no en un gimnasio”. Siempre tan agudo, Jorge. Ahora bien, si uno enfrenta al Liverpool (o al Bayern Munich), ¿cómo compite sin correr…? Puede que lo aplasten como en el 8-2 del Bayern al Barcelona. O como en el 4-0 del Liverpool al mismo pobre Barça. “Me gusta otro fútbol, más pausado, de tenencia de pelota”, escuchamos. Y, sí, a todos nos gusta.

Pero no hay multas por exceso

P

de velocidad en este juego. Y una vez que llega una tendencia hay que subirse a ella o morir pisoteado por el pelotón. ¿O volvemos por decreto al año 60 y que corran despacito…? El Liverpool de Klopp propone un vértigo infernal unido a una presión asfixiante. Y además sabe tocar la pelota a uno, máximo dos toques; nadie retiene la bola, es todo circulació­n, aperturas, creación de espacios, movimiento continuo para dar opciones de pase. Ahora, con Thiago, ha ganado incluso en precisión. Sacó un soldado raso (Wijnaldum) y puso un oficial a distribuir. De modo que, más allá de gustos o estilos, frente a un grupo de legionario­s como estos de Klopp, hay que correr, luchar, morder, trabar y luego jugar los 95 o 97 minutos que dura un partido. Everton lo entendió. Fatigó hasta la extenuació­n, caso contrario, perdía el invicto. Igual, el 2-2 final no refleja la superiorid­ad roja a lo largo de todo el lance. ¿Por qué no se llevó el clásico a casa…?

Primordial­mente, por un microscópi­co VAR que vio un fuera de juego de Mané y anuló el gol de Henderson al minuto 92. Desde luego, en la cabina del VAR tienen posibilida­des técnicas que ven mejor que el ojo humano, pero no hay forma de creer que fue offside. Estaría el cordón de un zapato adelantado. Quedó el sinsabor de la injusticia. Hemos pedido el VAR por años, aunque no para esto. Eso le permitió al equipo evertonian­o retener la punta en solitario. Y salvar la derrota ante su archirriva­l. Eso y algunas atajadas milagrosas de Jordan Pickford, sobre todo una fabulosa ante cabezazo de Matip. Y aquí vale preguntars­e: ¿no debía estar expulsado Pickford en el minuto cuatro cuando cometió una terrible falta contra Virgil Van Dijk. La jugada fue anulada por presunta posición adelantada de Firmino, pero eso no invalida el golpe del arquero. Fue una salida brutal y puede haberle roto la rodilla al holandés. Pickford siguió jugando. “Era roja directa sin la menor duda”, nos dice el amigo Javier Castrilli. La jugada predilecta del Liverpool lo puso en ganancia apenas a los 2 minutos y 16 segundos: apertura a la punta para la subida de uno de los laterales, en este caso Robertson, desborde, centro atrás y Mané sacudió la red arriba. A propósito de Mané, es una enzima; al margen de su aportación ofensiva, no vemos otro delantero que asfixie tanto la salida del rival como el senegalés. Bastante rápido igualó el líder de la Premier, a los 18. Gran pase en profundida­d de James Rodríguez a Calvert-Lewin, remate y el golero San Miguel la echó al córner. El cobro, un centro delicioso del propio James, fue directo a la cabeza del excelente zaguero Keane y puso el 1-1. Segurament­e no hay en el mundo un centrador mejor que James, sus bolas combadas son un arma letal del Everton, que además tiene cuatro hombres muy fuertes de alto, el citado Keane, Calvert-Lewin, Richarliso­n y Yerry Mina. Es cierto, la intensidad agrega emoción, pero quita precisión y calidad al juego. Hay que largarla rápido. James lo entendió, lo suyo debe ser recibir y pasarla lo antes posible; él no está para entretener­se con la pelota ni posee velocidad de traslado con ella, lo enciman y se la quitan. Sus cambios de frente a Digné son teledirigi­dos, puerta a puerta. Y sus pases filtrados, muy preciados por Calvert o Richarliso­n, que lo buscan para agradecerl­e en los goles.

Frente a un rival superexige­nte, sacó nota alta el colombiano, mejor que en los dos partidos de eliminator­ia. Yerry Mina estaba también para un 7, se lo despintó un mal rechazo (nunca sacar hacia el medio del área) y Salah se lo facturó, la incrustó de primera en el arco. De otro buen pase en paralelo por izquierda de James para Digné llegó el anhelado empate definitivo (pareció que no llegaba más). El francés, también muy iluminado en los envíos, la levantó al área y Calvert-Lewin, en un momento mágico, clavó el 2-2 con un frentazo. Everton aguantó los últimos siete minutos con diez por la tarjeta roja a Richarliso­n, autor material de un intento de asesinato sobre Thiago Alcántara. Fue a una dividida con bestial planchazo. Ahora debe estar muy aliviado de no haberlo partido. En los cinco encuentros disputados hasta hoy por el Liverpool hubo 26 goles, a 5,2 por partido: 4-3, 2-0, 3-1, 2-7 y 2-2, un reflejo de que ese torbellino genera peligro en los dos arcos. Y que los de Klopp no temen ir al ataque. También es una muestra más del fenomenal momento goleador que atraviesa el fútbol mundial. Llueven goles en todas partes. Van cinco fechas apenas y el aficionado se pregunta si el Everton podrá resistir en la vanguardia. Es difícil, no tiene un plantel tan amplio.

Acaba de perder dos altísimos valores, su capitán Coleman por lesión muscular y el expulsado Richarliso­n, ambos en gran momento. Everton no compite en Europa como Liverpool, City, United, Tottenham o Arsenal. Y todos perderán puntos porque se advierte una paridad asombrosa entre los primeros ocho o diez equipos. Si los de Ancelotti aguantan una rueda, luego la ilusión puede convertirs­e en el jugador número doce. (O)

HEMOS PEDIDO EL VAR POR AÑOS, AUNQUE NO PARA ESTO.

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