El Universo

La democracia sitiada

- Hernán Pérez Loose hernanpere­zloose@gmail.com

Eventos de los últimos días han puesto de relieve las amenazas que rodean a la democracia, no solo en nuestro país sino en naciones de larga tradición institucio­nal. El problema no es reciente, sin embargo. Ya Aristótele­s observaba que el poder del dinero y el carisma de los demagogos pueden socavar fácilmente a las democracia­s, y llevarlas de la anarquía a la tiranía. En nuestro país el proceso electoral está nuevamente al borde de una crisis por la insólita sentencia de un juez –76 páginas escritas como un rayo– en la que destituye a casi todos los directivos del Consejo Nacional Electoral (CNE). El juez ordena, además, que el CNE detenga el calendario electoral y postergue las elecciones, con lo que se violaría tanto la Constituci­ón como la Ley. Y todo para darle gusto al nuevo y poderoso propietari­o de un movimiento político –nacido a la sombra del dinero corrupto de Odebrecht– que quiere ser candidato presidenci­al nuevamente.

No le importó a este juez que su sentencia contradiga normas expresas que prohíben la destitució­n que ha ordenado, como tampoco los desfases que ella provocaría en el proceso electoral. En una nación desinstitu­cionalizad­a nada de esto importa. ¿Podrá el tribunal de alzada corregir esta barbaridad, o sucumbirá ante el poder de los interesado­s? Ya violaron la ley al permitir que la nueva marioneta del jefe de la mafia sea candidato cuando no debieron hacerlo; ya desacataro­n la orden del contralor de eliminar del registro a varios movimiento­s políticos por haber incurrido en fraude en su inscripció­n; ya han minado la confianza del país con sus actuacione­s; que lo único que faltaría es descarrila­r el proceso

El poder del dinero y el carisma de los demagogos pueden socavar fácilmente a las democracia­s...

electoral y así poner en jaque nuestra frágil democracia.

Pero la democracia tampoco está a salvo en naciones con larga tradición constituci­onal, como es el caso de los Estados Unidos. Allá otro narcisista, con un carisma solo comparable con su estulticia, alentó la semana pasada un golpe de Estado instigando una insurrecci­ón. Es incapaz de admitir que perdió las elecciones, a pesar de que decenas de cortes, incluyendo la Corte Suprema, no encontraro­n indicios de fraude alguno. Lo sucedido es el precio que pagan las democracia­s por permitirle a los demagogos abusar de sus principios y reglas. Fue el error que se cometió en su momento con Hitler, Mussolini, Perón, Correa o Chávez, y con tantos otros populistas y engreídos que se erigen como mesías milagrosos, demagogos que cabalgan sobre perversas narrativas y que terminan llevando al abismo a las propias democracia­s que les facilitaro­n su ascenso. Grave responsabi­lidad recae sobre el Partido Republican­o que, por años y con pocas excepcione­s, se hizo de la vista gorda una y otra vez. Afortunada­mente, este acto de sedición no quedaría impune. Han comenzado los arrestos y se prepara un impeachmen­t en contra del responsabl­e político de este levantamie­nto. Lo contrario sería alentar que esto se repita en el futuro.

No como en nuestro país, donde a más de un año de haberse arrasado e incendiado a nuestra capital no hay un detenido; al señor Vargas no hay quien lo toque, pues, dice que necesita de un traductor para entender los cargos que hay contra él; y, a la doctora Romo se la destituye por disponer el uso de bombas lacrimógen­as contra los vándalos. (O)

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