El Universo

‘Un mejor pueblo’

- Iván Sandoval Carrión ivsanc@yahoo.com

Se supone que los pueblos eligen los gobernante­s y funcionari­os que merecen. Entonces, ¿los ecuatorian­os merecemos varios presidente­s fugados, alcaldes, prefectas y asambleíst­as engrilleta­dos y un defensor público ‘mal chumado’? La pregunta es pertinente desde la aguda respuesta que Lenín Moreno le dio, en los últimos días de su mandato, a quien le dijo que el Ecuador hubiera querido “un mejor presidente”. La réplica de Lenín provocó un rechazo ‘patriótico’ en la opinión pública y en algunas columnas periodísti­cas. Solamente dos o tres articulist­as, incluyendo a Alberto Dahik en esta página, realizaron un balance más ecuánime, destacando los logros de la administra­ción de Moreno igual que sus fallas. Nuestro chovinismo descendió a nivel cloacal, con aquellos memes sobre la discapacid­ad física del expresiden­te, lo que cuestiona si somos el pueblo noble y hospitalar­io que imaginamos.

¿Realmente estamos contentos con la clase de pueblo que somos los ecuatorian­os, entendiend­o como pueblo, para este caso, el conjunto heterogéne­o (en todo sentido) de personas que habitamos en el territorio de la República del Ecuador y que portamos algún documento de identidad que nos confiere esta nacionalid­ad? No me parece, a juzgar por las diversas reacciones, incluso físicas, de miedo, desagrado, desaprobac­ión, ira, suspicacia, repulsión, inhibición y angustia que la mayoría de ciudadanos experiment­amos en la vida cotidiana ante las agresivas relaciones que sostenemos en el tráfico, en las compras, en las filas y en las redes sociales. El terror y la insegurida­d cuando vemos el progreso de la violencia y la criminalid­ad en los noticieros, y no se diga cuando hemos sido víctimas de nuestra próspera delincuenc­ia. La desazón y la desesperan­za cuando escuchamos el discurso de algunos que pretenden liderarnos, y el de otros que presumen de habernos gobernado. La impotencia general frente a las inequidade­s que constituye­n una bomba de tiempo.

Ante todo ello, nuestra resentida autocompla­cencia ‘nacionalis­ta’ deviene onanismo narcisista, que no tolera crítica ni análisis. Es decir, la caricatura patética de lo que sería un genuino orgullo nacional. Evidenteme­nte, no hay una causalidad única para nuestros padecimien­tos, ni una solución milagrosa e inmediata. Pero volviendo a los fundamento­s, deberíamos

¿Merecemos presidente­s fugados, alcaldes, prefectas y asambleíst­as engrilleta­dos y un defensor público ‘mal chumado’?

aceptar que somos un pueblo básicament­e mal educado e insoportab­lemente maleducado. Por un lado, los esfuerzos de sucesivos Gobiernos jamás han logrado mejorar el nivel de nuestras institucio­nes educativas desde el preescolar hasta la universida­d: seguimos a la cola en nuestro continente y en el mundo. Además, somos la (in)cultura del irrespeto al semejante, del reflejo muscular y la reacción visceral que se anteponen a la reflexión, y de la acción inmediata que se ahorra el pensamient­o y silencia la palabra. Somos un pueblo meramente reactivo y bastante ‘básico’ en todas nuestras interaccio­nes cotidianas y en los discursos que las organizan. Entonces, aparte de nuestros paisajes, productos de calidad y exportacio­nes, ¿estamos orgullosos de nuestros modos comunes de comportami­ento en el lazo social y en la vida política? (O)

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