LORENA PARRALES LEVANTÓ SU CASA, SU FAMILIA Y VALOR PRODUCTIVO DE MUJERES CON SU TRABAJO

Cada 500 sucres que ganaba iban directo a levantar un pilar. Con un préstamo, media losa... Así construyó la casa que era de solo un cuarto cuando se mudó en 1991. Hoy las paredes de su sala, comedor y taller lucen los cuadros que pinta y las mesas, esculturas que moldea Lorena Parrales Gonzabay, artesana guayaquileña de 57 años.

Es maestra y comparte la alegría de sus alumnas cuando venden su primera vela ganando $ 15 o un cuadro hasta en $ 250.

Ella misma tiene uno vendido a ese valor: unas mariposas de colores en las que su mente se concentró tras contagiarse de COVID-19. Encerrada, se dedicó a terminar trabajos pendientes, a dar clases en línea. De a poco vuelve a las presenciales con sus alumnas. Les aconseja qué hacer por temporadas: nacimientos con hoja de choclo, pues son novedosos y tienen acogida y los pueden vender en $ 80.

Elabora bonsáis, decoraciones y sorpresas para fiestas; la ayuda su hija Cristina, quien la próxima semana se graduará de ingeniera civil. Sonríe al recordar que su regla era siempre pagar primero la pensión y el expreso de sus hijas, “así no haya para el resto”.

"Primero pagaba la pensión y el expreso de mis hijas, así no haya para el resto".

Lorena dejó sus estudios de química farmacéutica cuando se casó, y volvió a la universidad a los 42 años. Es licenciada en Ciencias de la Educación. Su hija mayor, Carolina, la ayudó en el último año desde el hospital mientras batallaban con la leucemia de la joven. El cáncer se la llevó. No dejó su último esfuerzo para tener su título, “porque mi Caro me decía ‘mami, tiene que graduarse, siga adelante’. Y seguí adelante”. Su punto de quiebre. Su terapia fue regresar a dar clases, ese trabajo con el que demuestra que con y del arte se vive, se sale de la pandemia y se vuelve a sonreír tras la muerte de la mitad del corazón. (I)