PIENSO QUE...
«Fueron experiencias únicas que en esas salas tan variadas marcaban nuestras vidas».
Desde mi niñez en los años 50, cada cine de la ciudad tenía un carácter especial no solo por ser salas independientes —de diversos propietarios—, sino porque no existían los malls. Quizás el más hermoso para mí era el Olmedo, transformado de su primera etapa teatral en una enorme sala con las paredes de curvaturas cóncavas que terminaban en la pantalla del momento: el Cinemascope, que reemplazó la pantalla cuadrada. No tenía las dimensiones del Presidente, y su tecnología —ser la primera sala con ‘sonido estereofónico perspecta’, lo que allí permitía una concentración mayor en esas películas monumentales, como Los diez mandamientos …Recuerdo a una señora rezando el padrenuestro durante la escena de Moisés invocando las fuerzas divinas para que el pueblo judío huya de las hordas egipcias y las aguas del mar Rojo se dividían. En mi juventud, el centro de atracción era el Apolo, cerca del Mercado Central y totalmente de madera; pero allí descubrí el cine europeo y sus maestros, como Federico Fellini con algunas de sus obras maestras. El Apolo tenía, eso sí, un público de galería incontrolable; no olvidemos que todos los cines tenían dos ofertas de ubicación, con luneta y la galería en precios populares. En el Apolo, si una escena era cortada por decisiones de censura, los gritos e insultos eran como en un estadio, y a veces esto implicaba la suspensión de la proyección, hasta que los ánimos se calmaban. El teatro 9 de Octubre era también una de las salas más amplias, especialmente porque nació como cine y teatro a la vez. Así, podíamos asistir al estreno de las grandes películas de Sara Montiel y también a su presentación en vivo cuando visitó Guayaquil por primera vez después del éxito de El último cuplé y La violetera. O la inolvidable —y aterradora— experiencia de ver la cinta Psicosis, de Alfred Hitchcock, el día de su estreno en matiné, y presenciar en estado de shock el asesinato de Janet Leigh en la ducha a los 40 minutos de la proyección. Fueron experiencias únicas que en esas salas tan variadas marcaban nuestras vidas. Además, las visitas a las salas se prolongaban por más de tres horas, porque siempre se exhibían dos películas. Ese “doble cañón” era un gancho crucial. (O)