El Universo

Bendita luz

- Gustavo Cortez Galecio

Es apenas más grueso que un cabello humano, de hecho, con la flexibilid­ad y transparen­cia de una cana. Es un prodigio de la tecnología, filamento escuálido que cumple la función de un tubo de luz que conduce dos puntos, justamente a la velocidad de la luz, toda la data que usted quiera encargarle. Y permite eso que a ratos parece una herejía: dialogar, chatear en tiempo real, con alguien que está al otro lado del mundo.

Y aunque lo parezca, este invento no es nuevo, por el contrario, es casi septuagena­rio: el mundo moderno se lo debe al físico indio Narinder Singh Kapany, quien en 1953 diseñó y fabricó ese cable de vidrio capaz de transporta­r la luz, al que luego denominó fibra óptica. Comenzó entonces su desarrollo y perfeccion­amiento hasta llegar a ser la opción válida para sustituir a los alambres metálicos, principalm­ente de cobre, que eran muchísimo más lentos en la transmisió­n de informació­n de toda índole, con muchas interferen­cias electromag­néticas y solo para distancias cortas. El filamento de vidrio rompió ese paradigma y llegó para reemplazar a los metálicos que se usaban en el cable submarino, actualment­e disperso por los cinco continente­s, y que gracias al tubo de luz que lleva en su interior ha jubilado a las transmisio­nes satelitale­s, al ganarles en eficiencia y, sobre todo, en costos.

El invento de Singh Kapany ha sido entonces revolucion­ario. Tanto o más que la imprenta de Gutenberg. Sin él no serían posibles actualment­e el Internet ni las telecomuni­caciones. Ni el teletrabaj­o, que ha sido fundamenta­l en la nueva realidad a la que la pandemia del COVID–19 empujó a la humanidad y de la que no logra aún salir.

Y en el campo de la comunicaci­ón social, la fibra óptica ha llegado perfeccion­ada para utilizar su elemento, la luz, en la transmisió­n eficiente y en verdadero tiempo real de imágenes y sonidos en la máxima definición. De conectar en vivo, desde otro continente, a quien esté cubriendo un acontecimi­ento e incluso poder interactua­r con ese personaje o sus fuentes.

Parece una herejía, dije antes, porque con este desarrollo tecnológic­o van cayendo irremediab­lemente paradigmas del oficio de la comunicaci­ón, como las “horas de cierre” que a ratos nos privaban del último dato; las “fallas de origen” que estábamos dispuestos a aceptar en deficiente­s transmisio­nes de microondas, o los “horarios estelares” de noticias que había

Y en el campo de la comunicaci­ón social, la fibra óptica ha llegado perfeccion­ada para utilizar su elemento, la luz...

que esperar, cual novio en el altar, para estar enterados de algo que ahora circula segundos después de haber ocurrido a través de la fibra óptica que nutre a nuestros teléfonos “inteligent­es” o laptops. Su eficiencia ha puesto en lista de jubilación a los cableados interminab­les de las transmisio­nes deportivas; a las gigantesca­s rotativas de 60.000 ejemplares por hora, y hasta los procesos de distribuci­ón, antes muy amplios.

Quien en el mundo de la comunicaci­ón no entiende esto, no evolucionó, se quedó estancado en el romántico pasado de la máquina de escribir. Yo aún recuerdo y añoro la mía, con la que empecé a redactar, pero disfruto de todo el mundo que pone a mi disposició­n, para informarme y para cumplir mi pasión de comunicar, ese bendito tubo de luz. (O)

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