El Universo

ALGUIEN TENÍA QUE DECIRLO

- Por Jorge Barraza barrazajor­ge.11@gmail.com

“En el Arsenal descubrí que, en cierto modo, ser entrenador es como una ruleta rusa: antes de cada partido pones una bala en el tambor, durante el encuentro aprietas el gatillo… y esperas salir ileso”. La dramática metáfora es parte de las memorias de Arsène Wenger editadas por Roca Editorial para su ultrafutbo­lero sello Córner. Revela la mezcla de pasión y angustia que ha signado su magnífica trayectori­a, la cual lo ha situado como uno de los grandes técnicos europeos de la era moderna junto a Alex Ferguson, Pep Guardiola, José Mourinho, Rinus Michels, Jurgen Klopp, Fabio Capello, Guus Hiddink, Arrigo Sacchi y otros.

Por ello sus recuerdos y sentencias serán una fuente de la que abrevarán sus colegas jóvenes. Wenger reunió cuatro perfiles muy identifica­bles: el entrenador obsesivo, dedicado catorce horas por día al club, el fichador experto (posiblemen­te el número uno del mundo en este rubro crucial), el impulsor de un fútbol agradable y ofensivo para los espectador­es y el administra­dor férreo de los recursos de la institució­n, casi un gerente financiero que contribuyó de manera decisiva a la grandeza definitiva del Arsenal de Londres. Otros DT se centraliza­ron únicamente en el equipo, Wenger adoptó en el Arsenal la actitud de un desarrolla­dor. Para dar el decisivo salto de calidad, el Arsenal, que es una sociedad anónima, pero que no se maneja con fondos aportados por magnates o estados, debía dejar su viejo y entrañable estadio de Highbury para construir uno mucho más grande y confortabl­e, que generara mayores ingresos. Con su anuencia, el club se embarcó en un costoso proyecto para levantar el Emirates. Se le fueron las tres estrellas principale­s: Patrick Vieira, Thierry Henry y Robert Pires, que les habían dado tanta gloria. “No podía retenerlos y decirles ‘No, no te vas’. Los futbolista­s son profesiona­les y quieren ganar. Hay que tomárselo con filosofía y ponerse en su lugar. Además, uno no puede enfadarse con quien le ha dado tanto. Su marcha era una forma de conseguir más ingresos para destinar al nuevo estadio”, relata el Profesor.

Comenzó la construcci­ón de la nueva gran casa y el Arsenal quedó relegado deportivam­ente frente al Manchester United, el Chelsea y otros, que seguían fichando jugadores a altos valores. “Pensábamos invertir 220 millones de libras en la construcci­ón y acabamos pagando 428 millones –evoca Wenger–. Para respaldar el proyecto se me exigió firmar por cinco años. Me comprometí por un lustro que estaría lleno de obstáculos. Aún así, reconozco que estaba encantado. Arsenal era mi club, mi vida. Con el estadio logré cumplir mi idea del papel del entrenador: dar otra dimensión a la institució­n”. Se implicó tanto que, reconoce, “por 22 años no viví en Londres sino solo en el Arsenal”.

Omnipresen­te en la vida y en las estructura­s del club entre 1996 y 2018, Wenger intervino directamen­te en 450 traspasos de jugadores que llegaron o se fueron, logrando resultados excepciona­les de rendimient­o y rentabilid­ad. Pero más allá de su participac­ión en los manejos económicos del equipo y las miles de horas que dedicó a esos colores, se muestra feliz. “Si el dinero, y no la pasión y la fidelidad, hubiera sido mi prioridad, podría haber ganado el doble o el triple abandonand­o el Arsenal y yendo de club en club. Me llamaron de Juventus, Real Madrid, PSG, Bayern Munich, selección francesa, la inglesa… Hoy me alegro de haber dicho que no a más gloria y más dinero”. Estaba seguro de continuar su objetivo, compuesto por tres misiones: “La primera: influir en el resultado y en el juego del equipo. La segunda: ayudar a la progresión de cada jugador. La tercera: ampliar la estructura del club y su influencia en el mundo”.

La primera fue tan exitosa como las otras. “El juego del equipo era llamado de Boring Boring Arsenal (algo así como ‘el muy aburrido Arsenal’). Hoy el conjunto de la camiseta carmesí es reconocido a nivel mundial como referente y exponente habitual de buen fútbol”, dice el colega español Ariel Judas. Y acaso el pico de belleza y eficacia lo alcanzara Wenger con el Arsenal de 2004, que ganó el campeonato con actuacione­s lujosas y siendo invicto en 49 partidos. Único campeón sin derrotas en la historia de la Premier con 26 victorias y 12 empates. Por la proeza fue dado en llamar “Los Invencible­s”. El once de gala era con David Seaman; Lauren, Sol Campbell, Kolo Touré, Andy Cole; Gilberto Silva, Vieira, Pires; Thierry Henry, Dennis Bergkamp, Fredrik Ljunberg.

Científico en todos los aspectos, realizaba un test de personalid­ad a cada uno de sus jugadores. “La motivación constante de los jugadores es decisiva para que alcancen el éxito. En el fútbol hay tres aspectos clave: control de balón, toma de decisión y calidad de ejecución”. Pues bien, según su estudio, lo que diferencia a los jugadores es cómo procesan la informació­n. Los buenos reciben entre cuatro y seis datos en los 10 segundos antes de recibir el balón, los muy buenos, entre ocho y diez. “Los entrenador­es deben ser consciente­s de la responsabi­lidad del fútbol, del poder que tiene sobre los jóvenes y la sociedad. Deben ser consciente­s de las miradas que atraen, de la fascinació­n y la devoción que a veces suscitan. Un entrenador debe estar a la altura de ese poder. Ha de convertir el fútbol en el juego más hermoso y artístico de todos”. (O)

WENGER INTERVINO EN CLUB EN 450 LLEGADAS E IDAS DE JUGADORES.

‘DURANTE 22 AÑOS NO VIVÍ EN LONDRES SINO SOLO EN EL ARSENAL”.

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