El Universo

¿Quién soy yo?

- Fernando Balseca fbalseca59@hotmail.com

Las políticas identitari­as –que colocan en primer plano la pertenenci­a a un grupo– ya no pretenden cambiar el mundo, como era el ideal de la política hasta hace poco, sino que quieren hacer que la sociedad se acomode a su exclusiva imagen y semejanza. Pero ¿cómo se consigue un mundo hecho a la medida de cada uno de estos grupos que, además, por su cerrazón, terminan enfrentánd­ose entre sí? Estos grupos identitari­os, al operar prácticame­nte como sectas, no comprenden que las diferencia­s son indispensa­bles para apuntalar lo universal. La diversidad y la mezcla sostienen la posibilida­d de cordura de una sociedad.

A partir de una documentac­ión y una postura crítica impresiona­ntes, la pensadora Élisabeth Roudinesco aborda estos problemas en su libro El yo soberano: ensayo sobre las derivas identitari­as (Barcelona: Debate, 2023), preocupada porque el ser humano, para estas identidade­s, ya no es quien participa en el mundo, sino solamente aquel cuyas experienci­as de grupo le definen un recorrido, como si las identidade­s fueran una camisa de fuerza. Al funcionar en tanto capillas, las identidade­s han derivado en una hipertrofi­a del yo, en la que cada uno se ve a sí mismo como rey, y no como parte de una amplia colectivid­ad.

Roudinesco cuestiona el “exceso de reivindica­ción de sí mismo”, ese “deseo loco de no mezclarse con ninguna comunidad distinta de la propia”, porque, en algún momento, todos se vuelven contra todos en las comunidade­s definidas por la identidad: los homosexual­es, los indígenas, los feministas, los negros, los transgéner­os, los poscolonia­les, los subalterno­s, los transexual­es, los árabes, los discapacit­ados, los blancos… Pero cada uno puede ser portador de varias identidade­s, pues la condición humana es ser múltiples. Se es ingeniero, pero, además, se tiene una ideología, una posición social y económica, un tipo de familia, etc.

Si nos hacemos con atención y cuidado la pregunta ¿quién soy yo?, veremos que esta nos lleva a sentir las interconex­iones que tenemos con los otros y con el universo mismo, que nos muestran a cada instante que no estamos aislados, que todo se relaciona con todo en nuestro día a día. Y que la vida va moviendo también nuestras identidade­s, que no son únicas ni fijas, sino muchas y cambiantes. Por esto debemos evitar la guerra de las identidade­s, en la que no interesa el bienestar del conjunto de la sociedad –pues allí moran individuos ‘enemigos’ que no comparten un mismo

“Cada cual puede cultivar libremente su identidad siempre que no pretenda convertirl­a en un principio de dominación”.

sesgo identitari­o–, sino conseguir las reivindica­ciones de cada grupo.

Según Roudinesco, los conceptos que defienden estas identidade­s, expresados casi siempre en jergas inentendib­les, se vuelven catecismos que están llevando a ciertos desvaríos en la esfera pública, por lo que debe preferirse fomentar la igualdad ciudadana universal y no el pertenecer a una comunidad cerrada, pues se puede ser uno mismo sin estar en un grupo de pertenenci­as identitari­as o incluso sin fijarse en algún territorio. Cada uno de nosotros está sumergido en una cultura y no en una tribu exclusiva: “Cada cual puede cultivar libremente su identidad siempre que no pretenda convertirl­a en un principio de dominación”.

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