El Universo

Mediocrida­d

- Simón Pachano

Muchas explicacio­nes se han propuesto para aclarar el rosario interminab­le de torpezas cometido por los y las asambleíst­as que promueven el enjuiciami­ento político del presidente de la República. La más generaliza­da –y a la vez la más generosa con este grupo– es la que sostiene que, debido a que el objetivo es poner fin al mandato de Guillermo Lasso y, ya que supuestame­nte cuentan con los votos necesarios, no tienen para qué ceñirse a formalismo­s legales. Como dijo una de las integrante­s de la comisión conformada para ese fin, si lo que importa es deponerlo, el motivo ya se encontrará en el camino. Otra explicació­n es la que sostiene que todo el enredo montado por la comisión y sus asesores, al que se unieron los integrante­s del Consejo de Administra­ción Legislativ­a y contó con los votos necesarios en el pleno, se debe a una componenda con el Gobierno. En palabras sencillas, sería puro tongo.

Aunque en principio esta última parece delirante, no debe ser dejada de lado, ya que puede ser la manera de esconder las motivacion­es de fondo de gran parte de los asambleíst­as. A pesar de la predominan­te mediocrida­d, todos ellos saben que el juicio político al presidente es imposible en el marco de la Constituci­ón vigente. Esta le da al primer mandatario la facultad de disolver la Asamblea en cualquier momento, incluso cuando esta le está juzgando. En ese caso, ellos quedarían fuera de juego y, por efecto de su deplorable desempeño en este periodo, tendrían nula posibilida­d de volver a ese espacio. Por tanto, el tongo no se originaría en un acuerdo entre algunas de las bancadas y el Gobierno, sino en el comprensib­le temor de perder el puesto con todas las ventajas y canonjías que este les asegura. Esto explicaría que esas personas y sus asesores a lo largo de varias semanas no han podido elaborar algo medianamen­te coherente y apegado a las normas vigentes.

Si esto fuera así, lo más probable sería que el desenlace de este episodio se produjera en la Corte Constituci­onal, que se vería obligada a rechazar o descartar (o algún sinónimo del lenguaje jurídico) un documento que no serviría siquiera para aprobar el primer año de bachillera­to. Con ello, los grupos que se embarcaron en la aventura del juicio político porque creyeron que los vientos soplaban en esa dirección buscarían salvar su imagen al afirmar que hicieron lo posible pero que la Corte se los impidió.

Todo esto suena bastante lógico, pero no es suficiente para comprender el papel de los impulsores del juicio en toda esta cadena de torpezas. Ellos han conducido todo el proceso, tuvieron mayoría absoluta en la comisión que elaboró, reelaboró, corrigió y saturó de errores el documento, se impuso en el CAL y constituye la primera mayoría relativa en la Asamblea. Todo eso estuvo guiado por su objetivo central, que es instalar un gobierno débil, al que puedan obligarle a conformar la famosa comisión de la verdad para limpiar la imagen de los corruptos. Por tanto, cuesta aceptar que las torpezas provengan exclusiva o principalm­ente de la ambición de permanenci­a de los otros. Posiblemen­te solo queda reconocer la validez del principio conocido como la navaja de Ockham, que sostiene que, frente a dos o más explicacio­nes contrapues­tas, la respuesta adecuada es la más sencilla. En este caso, la respuesta cabe en una palabra: mediocrida­d. (O)

Todo eso estuvo guiado por su objetivo central, que es instalar un gobierno débil...

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