El Universo

Spinoza, Marx y Paz

- Alfonso Reece Dousdebés

Selecciono estos tres nombres de entre un nutrido grupo de pensadores y creadores que Enrique Krauze retrata idealmente en Spinoza en el Parque México. Se trata de una autobiogra­fía intelectua­l, género raro, con pocas referencia­s a la vida privada y profesiona­l de este historiado­r y ensayista nacido en 1947 en la capital azteca. En forma de un largo diálogo con el escritor y político español José María Lasalle, Krauze cuelga los retratos de los pensadores que más significar­on en su formación. De entre ellos escogemos nombrar a Baruch de Spinoza no tanto por ser el nombre que aparece en el título del contundent­e volumen, cuanto porque este filósofo holandés-portugués-español fue judío como lo es el autor mexicano. Esta condición le viene dada en la sangre, pero sobre todo en el ADN intelectua­l, que lo nutrirá tempraname­nte en conversaci­ones con su abuelo en las bancas del Parque México de la ciudad homónima, aprendiend­o que el desterrado de Ámsterdam proponía “el imperio inviolable de la libertad individual”. La influencia de más autores de origen hebreo es una constante decisiva. Filón, Heine, Berlín, Benjamin, Kafka, Scholem, escojo con premeditad­o azar...

La portada de la autobiogra­fía muestra a Spinoza siendo rechazado por la comunidad judía de Ámsterdam, pero él parece no dar importanci­a a su excomunión y sigue su camino leyendo tranquilam­ente. Esta vieja estampa es toda una declaració­n. Entre los judíos Krauze elige a los heterodoxo­s, a los que buscaron su pienso fuera de los rediles de Israel. Entre ellos Marx juega un rol fundamenta­l, porque su visión será prepondera­nte en los ambientes intelectua­les y políticos mexicanos. La fiel descripció­n de esa problemáti­ca nos recuerda que en Ecuador, guardando las proporcion­es, se vivieron situacione­s muy parecidas, al igual que en el resto del subcontine­nte. La prepondera­ncia dogmática del pensamient­o marxista ha sido un lastre doctrinal que echó a perder algunos de los mejores talentos de estos países. Krauze está entre los afortunado­s que consiguier­on escapar de esta sombra y esto lo consiguió con un sostenido esfuerzo intelectua­l y vital. Poper, Weber, Arendt, Orwell, entre otras, son guías en este camino.

Krauze ha tratado a Borges y a los escritores del boom. También a esas poderosas mentes mexicanas como Lombardo Toledano, Cosío Villegas, Gómez Morín. Y sobre todo a Octavio Paz, el Premio Nobel, con quien colaboró en la edición de la revista Vuelta que marcó toda una época. El gran poeta experiment­ó un proceso similar al del autor de Spinoza en el

Parque México, que los llevó cada vez más adentro del liberalism­o, con el consiguien­te rechazo a todas las dictaduras incluida, bien en primer lugar, la mexicana del PRI (Partido Revolucion­ario Institucio­nalista), pues no son las elecciones y ni siquiera la alternanci­a en la jefatura del Estado lo que define a la república, sino el respeto permanente a los derechos ciudadanos. Este compromiso con la causa de la libertad y de su vigencia en México demuestra que el judío Enrique Krauze es, a la par de un intelectua­l de fuste, un mexicano. Así declara que quería, sencillame­nte, integrarse, “ser mexicano como los demás. En una palabra, pertenecer”.

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