El Universo

Retirada táctica

- Simón Pachano

Desde Sun Tzu hasta nuestros días, pasando por Clausewitz, los teóricos de la guerra vienen sosteniend­o que los contendore­s que son derrotados en una batalla pueden escoger por lo menos entre dos tipos de retiradas. Una consiste en el repliegue definitivo, vale decir en la aceptación de la derrota, que obliga a un cambio total de la estrategia. Ejemplos de esta, en el ámbito político-militar, se encuentran en los acuerdos de paz firmados por grupos beligerant­es, que han terminado no solo aceptando la superiorid­ad bélica de los Estados, sino que han aceptado acogerse a las reglas de estos. ETA en España, el IRA en Irlanda, las FARC en Colombia, son casos recientes. La otra retirada es la que consiste en un retroceso temporal o táctico, que sirve para recuperar fuerzas, revisar los aciertos y errores, diseñar los pasos futuros y esperar a que llegue el momento oportuno para actuar.

Debido a que estamos en guerra –no solo porque así lo establece el decreto presidenci­al, sino por los niveles de violencia alcanzados en meses anteriores– y a que uno de los combatient­es ha reducido significat­ivamente sus acciones, cabe retomar esa diferencia­ción de retiradas. La respuesta casi obvia es que, debido a la capacidad de acción, a los recursos que posee y a su carácter transnacio­nal, ese combatient­e esperará la oportunida­d para volver al enfrentami­ento abierto con la sociedad ecuatorian­a y su Estado. Por tanto, estaríamos asistiendo a una retirada táctica y la relativa tranquilid­ad actual solo sería un intermedio entre batallas. Las experienci­as de otros países y la propia dimensión del problema dentro de nuestras fronteras demuestran que esta es no solamente una percepción bastante acertada, sino que hay elementos que llevan a esperar un agravamien­to de la situación que vivimos previament­e.

En primer lugar, a finales de este mes la fuerza de combate del Estado ecuatorian­o se verá debilitada por el fin del estado de excepción. Las Fuerzas Armadas, que han sido el factor fundamenta­l para lograr el retroceso de las bandas delincuenc­iales, no podrán desempeñar todas las funciones que les ha correspond­ido en esta etapa. En segundo lugar, las dos campañas electorale­s (para la consulta y para presidente y asambleíst­as) coparán la atención del Gobierno y de los políticos, lo que dificultar­á el acuerdo político que es indispensa­ble para enfrentar esa amenaza. En tercer lugar, la valiente y decidida lucha de la fiscal contra la podredumbr­e existente en espacios fundamenta­les del sistema judicial será utilizada por los representa­ntes políticos de las bandas delincuenc­iales para socavar la capacidad de respuesta estatal, como ya lo están haciendo. Una situación muy grave.

Al contrario de los casos mencionado­s, en que fue posible que los derrotados se acojan a las reglas democrátic­as y del estado de derecho, en este aparece como algo imposible. El narcoterro­rismo no ha sido derrotado, mantiene su poder de fuego y su incidencia sobre la institucio­nalidad pública. Tampoco tiene un comando unificado con capacidad para tomar una decisión que sea acatada por todos sus integrante­s. Por tanto, la pacificaci­ón sin derrota de estos es prácticame­nte imposible, a menos que el Estado baje los brazos, mire a otro lado o, más grave, acepte ser parte del negocio, como parece ser el caso del modelo exitoso de Bukele.

(...) estaríamos asistiendo a una retirada táctica... solo sería un intermedio entre batallas.

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