El Universo

Felices desinforma­dos

- Gustavo Cortez Galecio

Antes del traumático COVID-19, muchos, muchísimos, estábamos convencido­s de la inutilidad de las vacunas que nos colocaron sin consultarn­os desde muy niños. Lo consideráb­amos el pinchazo y posterior sufrimient­o (fiebre incluida en algunos casos) más inoperante­s de la vida, porque en la adultez no nos había pegado ninguna de las pestes que la justificab­an, sin reparar en que justamente para eso es que habíamos ofrendado el brazo.

Algunos tildaban, y quizás siguen haciéndolo, a los padres de arbitrario­s al someternos a tal tortura, como cuando le pusieron el nombre griego del tatarabuel­o para continuar con una tradición monárquica sin piso.

Pero entre las cosas que cambió el COVID-19 no solo está aquello de que un resultado negativo (el del despreciab­le hisopado) se volviese motivo de alegría. También que voluntaria­mente hagamos filas para someternos hasta cuatro y cinco veces al otrora pinchazo “innecesari­o”, en procura de paliar, no evitar, el coronaviru­s.

Es eso entonces lo que tiene que pasar con la comunicaci­ón, en tiempos de tecnología extrema como los que vivimos y lo que falta por vivir. Sí, lo estoy afirmando y quizás hiperboliz­ando el tema, porque el enemigo invisible de la desinforma­ción avanza a pasos agigantado­s, con la venia de todos los que podemos y hasta los que no estar al último grito de la moda digital y virtualmen­te abrimos la puerta y lanzamos la alfombra roja para que esa desinforma­ción disfrazada de entretenim­iento se apropie de nuestras conciencia­s y nos manipule hacia decisiones “3i” (para andar en la onda del nuevo lenguaje cibernétic­o): inadecuada­s, inútiles e interesada­s.

Abramos los ojos ante una realidad que ya no tiene vuelta atrás: con nuestros propios esfuerzos compramos las herramient­as, las más modernas, con las cuales la desinforma­ción se consolida en nuestras mentes y comienza a manipularn­os: decide qué comer y dónde; qué vestir y por cuánto tiempo; qué comprar o no; a dónde viajar y cómo… y nosotros, frente a esas hordas de aplicacion­es y avalanchas de datos, desistimos con facilidad de utilizar quizás la única herramient­a que el raciocinio nos deja: el ¿por qué? Ese que es nuestro, individual y que, aplicando dosis de criticidad y lógica, nos puede hacer reaccionar ante un algoritmo que ya aprendió de nosotros y ahora nos lleva a empujones por el sendero de sus auspiciant­es. Caemos redondos en el dulce placer de lo que queremos escuchar,

(...) la informació­n se encarga de llevarnos los datos, nos gusten o no, para el conocimien­to y la toma correcta de decisiones.

y confundimo­s estar entretenid­os con estar informados. La diferencia básica entre esas dos situacione­s es justamente que las toneladas de datos endulcorad­os se esmeran por hacer clic con los gustos, mientras que la informació­n se encarga de llevarnos los datos, nos gusten o no, para el conocimien­to y la toma correcta de decisiones. ¿Cuántas decisiones equivocada­s les hizo tomar tal desinforma­ción? ¿Han calculado el dinero mal invertido en esas simpáticas propuestas? ¿Lo pensaron?

Volviendo al paralelism­o con el COVID, ¿tendrá la desinforma­ción que convertirs­e en una pandemia para que sus cultores corran a hacer filas para vacunarse contra ella? Esperemos que no, y que prime la razón ante este otro enemigo invisible.

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