EL VICEPRESIDENTE
Adam Mckay, director y guionista de la película, ha creado un filme que lucha por ser biografía (bastante sombría), pero que termina convirtiéndose en sátira contra la Razón del Estado, lo cual hace que, a momentos, el largometraje resulte algo confuso. Para ciertos críticos estadounidenses, El vicepresidente es “demasiado inteligente”, pero sirve para demostrar que “quien ostenta demasiado poder… termina corrompiéndose”.
Christian Bale, irreconocible como Dick Cheney, muestra una llamativa transformación visual y en su caracterización hace que el personaje mantenga su lado conflictivo, el de una persona obsesionada con el poder. Su actuación es fenomenal, aunque el guion no profundice en el alma del exvicepresidente.
Amy Adams, como su esposa, es esencia de la mujer que impulsa a quien ama para que este logre plasmar sus ambiciones. Ella brinda una labor espectacular. Además, y sin lugar a dudas, el grupo actoral se desempeña con total histrionismo, hasta hacer creer que no son artistas, sino los verdaderos personajes que el argumento reúne.
El montaje hace de las suyas y hay que ver al filme con atención. Por ejemplo, mientras Cheney trata de empujar a Bush para que firme la declaración de guerra contra Irak, la cámara fotografía las piernas del último y las muestra temblando (algo que no creo haya sucedido en la vida real). Eso lo pega al momento en que un ciudadano iraquí, en el fragor del bombardeo, es herido en las piernas. De esto hay un sinnúmero de secuencias en las cuales el espectador deberá concentrarse en esta especie de saltos, que van de un lado a otro pa- ra narrar la historia de un filme que debería ser visto por todos los políticos del mundo.