UN FILME DE 85 MINUTOS
El carácter irreversible de la soledad en la madurez es parte de este retrato. “Yo me he ido despojando de mi ego también”, expone Kléver Viera y evoca con una imagen (la sangre de toro, de runa sobre la tierra) su memoria propia para recuperar lo perdido. El carácter perentorio del documental que dura 85 minutos se refuerza con ensayos de sus discípulos en un cementerio. En otras escenas, la desnudez contrasta sobre el verdor montañoso en Toacaso. Los ensayos sumergen a una pareja en el humedal del Itchimbía. “Se trata de un hombre grande que habla del amor filial y de pareja, que marcó su vida en los últimos 20 años”, enfocar eso en lo disperso que es al hablar fue el propósito durante el montaje, confiesa Vinicio. Cuando era joven, Kléver leyó un cuento del antropólogo peruano José María Arguedas que lo marcó de por vida, La agonía de Rasu Ñiti. “Narra la historia de un viejo dansak (danzante de tijeras) que está desfalleciendo y, por eso, hace un traspaso mediante la danza de sus atuendos, saberes y movimientos a su discípulo,
Atuq Sayku”, dice el periodista cultural Fausto Rivera Yánez para describir el proyecto Danzas Heredadas, parte del Taller Permanente de Experimentación Escénica. En la película, el maestro Kléver Viera dice que siempre retorna a El Principito, del aviador francés Antoine de Saintexupéry. “Recuerdo la metáfora del zorro, ir a tal hora para domesticarlo, solo para ir a la de la serpiente al final”. Y deja una recomendación difícil de olvidar: “Tengan gatos, adopten un gato”, dice, “yo siempre los he tenido cerca”.