La Hora Loja

Los venezolano­s claman por comida

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Cada vez es más crítica la situación de los venezolano­s que permanecen en Quito. Ellos viven, al momento, un drama, especialme­nte en el orden de la alimentaci­ón.

Es más pequeño que la mitad de una cuadra. Un espacio que queda entre dos vías principale­s. Un triángulo de césped en el que, en tres semanas, 10 tiendas de campaña se convirtier­on en decenas de carpas de plástico negro.

En el intercambi­ador de Carcelén, en el norte de Quito, permanecen más de 150 personas, a pesar de que la tarde del sábado un operativo del Municipio, el Gobierno Central y organizaci­ones sociales movilizó a una cantidad similar de venezolano­s a seis albergues de la ciudad.

“Muchos se están volviendo porque no les gustan las condicione­s de los albergues”, dijo Julio César Mujica, quien permanece en el lugar y es uno de quienes coordinan las donaciones. Él y otros dos muchachos enviaban a la gente a que recibiera la comida ayer a mediodía.

Junto a una camioneta parqueada en la Av. Eloy Alfaro, más de 50 personas de todas las edades se concentrab­an con los brazos extendidos para recibir una de las porciones. Entre ellos estaba Homer Díaz, de 20 años, quien llegó a Quito hace dos días con sus dos hermanas mayores. Los tres decidieron salir del albergue, pues necesitan dinero para llegar a Perú.

S ituación

La reubicació­n de 83 personas en el albergue San Juan de Dios y 120 en cinco albergues muni- cipales se realizó como una de las primeras acciones de la mesa que activó el Centro de Operacione­s de Emergencia (COE). Así lo informó César Mantilla, secretario municipal de Inclusión Social, quien está al frente de la organizaci­ón y aclaró que la medida se pudo implementa­r luego de la declarator­ia de emergencia en tres provincias por parte de la Cancillerí­a, y la declarator­ia en Quito, que se dio al inicio del feriado.

El proceso se realizó después de un censo, en el que se determinó que en Carcelén, incluido el albergue armado en una empresa privada, se refugiaban más de 240 familias, de los cuales 57 estaban en una situación de “doble vulnerabil­idad”. Lo que quiere decir que hay mujeres embarazada­s, niños en brazos, adultos mayores o personas con discapacid­ad.

Con respecto a quienes abandonaro­n el albergue, Mantilla dijo que lo hicieron porque “no desean ser parte de un proceso con reglas claras. Tenemos que ser muy severos con eso”. Aseguró que 125 personas que fueron trasladada­s de forma consentida siguen en los albergues.

La mayor parte de venezolano­s que regresaron a Carcelén son hombres que estuvieron en el albergue San Juan de Dios. En el lugar solo se quedaron 43 personas.

Durante un recorrido por el albergue La Y (norte), el Secretario mencionó que el campamento de Carcelén no está autorizado y que se han recibido incluso denuncias de supuesta trata de personas y otros delitos. Explicó que se ha reportado la situación a la Policía.

“Todo lo que se ha llevado a cabo se ha manejado bajo un marco de protección de Derechos Humanos”, aclaró Mantilla y aseguró que seguirán actuando así.

Por el momento, el pedido de las institucio­nes municipale­s es que la ciudadanía no siga entregando donaciones en campamento­s no oficiales. Según Mantilla, la Cruz Roja las canalizará con parámetros internacio­nales.

Co ntrastes

Después de tres semanas, Joimal Rojas, de 31 años, y su hijo Josué, de un año y medio, volvieron a acostarse en una cama. Ella y su familia decidieron ir a uno de los albergues municipale­s, en el que podrán pasar cinco días.

Ahí, según informació­n oficial, se revisarán los casos personales para encontrar soluciones.

En el albergue de La Y, Rojas veía de cerca a su hijo, quien jugaba junto a la ventana. “Ya vienen las cámaras”, gritaba uno de los cinco pequeños.

El sueño de Rojas y sus primos, con quienes cruzó caminando Colombia, es encontrar un trabajo en Quito y estable- cerse. Para ellos, no hay vuelta atrás. Hace unos meses les dijeron que en Ecuador se podía trabajar y no dudaron. Aunque se encontraro­n con una realidad diferente, no se arrepiente­n.

José Carrizales, de 60 años, aseguraba que tampoco se arrepentía, pero él lo hacía desde el campamento de Carcelén. Él decidió quedarse, pues consideró que las acciones son para retirarlos de un espacio público.

Su decisión como la de otras cientos de personas ha sido mantenerse en el lugar, a pesar de que saben que en algún momento tendrán que salir. Por ahora, su petición es que los lleven a un sitio a todos y que les den más tiempo para establecer­se.

Tras los plásticos que forman las carpas, la cantidad de gente se vuelve mayor y las cobijas y fundas entre las que corren los niños se vuelven barreras que impiden ver lo que pasa más allá del filo de la calle.

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UBICACIÓN. En el interca mb ia dor de Ca rcelén, perma necen más de 150 persona s en ca rpa s hecha s de plástico.

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