UN ‘QUIJOTE’ DEJA LA CALLE
Víctor Hugo Erazo se considera una persona libre. Fue mochilero, pero terminó como mendigo. Vuelve a casa después de 20 años.
Llorando. Así dejó la calle Víctor Hugo Erazo, un hombre de 68 años, quien siempre quiso vivir como mochilero, pero terminó convertido en un habitante de la calle. En su mente siempre rondaron las ideas que profesaba el mítico revolucionario Ernesto ‘Che’ Guevara, incluso dice que fue militante de Alfaro Vive Carajo. Ahora, en sus manos envejecidas, que son el espejo del timpo y sus batallas, sostiene una Biblia.
Dice que no volverá a la calle. 20 años fueron suficientes. Ahora, junta sus manos de dedos largos cubriéndose el rostro lánguido de piel surcada, tiene las venas pronunciadas y sus uñas son gruesas. Agradece a su hermana Ligia, una mujer humilde, por acogerlo en su casa. ¿Por qué se fue? “Yo soy un rebelde sin causa”, responde él. Jamás tuvo buena relación con su familia –admite– y así dejó atrás cinco hermanos y cuatro hijos.
Durante ese tiempo, este ‘Quijote’ urbano, de un metro 60 de estatura anduvo por el Centro Historico, durmiendo en la calle, buscando albergue y mendigando comida. Recorrió La Marín, hizo fila por alimentos en las iglesias y vencía la noche sobre bancas de piedra. Su sueño de libertad, sin embargo, se terminó cuando un alcohólico lo empujó, rodó unas gradas y quedó maltrecho en el suelo.
A inicios de octubre, Ligia, quien es divorciada y madre de cuatro hijos, atendió una llamada que le hicieron del Patronato San José. Una persona le consultó si era hermana de Víctor Hugo. Necesitaban identificarlo, pues había sido rescatado de la calle y estaba dispuesto a reinsertarse en un hogar.
Ella, quien vive en el barrio La Bretaña, al sur de la ciudad, acu- dió y decidió acogerlo. No fue fácil. Un choque de sensaciones le estremeció aquella mañana, al escuchar el nombre de su hermano se le fueron las lágrimas, le vinieron recuerdos de la infancia, ella es la última de los hermanos. La alegría y el temor se mezclaron en un sentimiento: “estoy segura de que él se marchará otra vez…”.
En ese entonces, Ligia lo recibió con una fuerte infección que fue atendida en un hospital, pero él se fue cuando ya se sintió mejor. Ella teme volver a perderlo, es su sangre y le duele pensar que esto ocurrirá.
Hace apenas 15 días, Víctor dejó a un lado el cartón sobre el que dormía y se quitó los harapos que le abrigaron. También se deshizo de los zapatos con los cuales an- duvo más de mil leguas y que le recuerdan sus días de lustrabotas, vendedor, boxeador. Ahora, al parecer colgó su armadura de revolucionario, puede descansar en una habitación pequeña, con cama y sábanas limpias, al pie de un cuadro de la Virgen Dolorosa, un Cristo y un libro de antropología.
La vida sin un techo
Durante sus décadas como mendigo, Víctor Hugo convivió con alcohólicos, drogadictos y otras personas sin hogar que pueden librar grandes batallas por una cobija o un pedazo de pan. También aprendió que las paredes o las llantas de los carros reemplazan a los urinarios. Cuando la emergencia es mayor –y a falta de baños públicos– solo las puertas de una iglesia se abrían.
En la calle también conoció a Fernando, un cuidador de carros que le auxilió cuando sufrió la caída en San Francisco, donde está la banca en la que soportó lloviznas y fríos extremos. “Qué bueno que le hayan recuperado, estaba muy mal”, dice su amigo ahora que lo ve limpio y saludable.
Víctor Hugo es un libro abierto. Es un crítico de la política, sabe de historia y de personajes como el ‘Che’, Pablo Escobar, Sebastián de Benalcázar o Juan José Flores. Cuenta que de niño ganó un concurso del libro leído y le dieron una beca, que sus padres no aprovecharon. Cuando pasa por el exPenal García Moreno confiesa que también fue su casa y que conoce de armas…