La Hora Loja

VIOLENCIA DESBOCADA

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Cuando se pondera sobre el crecimient­o de la violencia, se revelan estadístic­as oficiales que pretenden comprobar que esta es una simple percepción. Sin embargo, la violencia de género, la presencia de sicarios, las matanzas entre pandillas, las disputas armadas por territorio­s de violencia, camaronera­s, bancos y haciendas son competenci­a de delincuent­es y criminales. Los ajusticiam­ientos en las cárceles y el creciente tráfico de drogas -aunque los decomisos sean cuantiosos- demuestran un volumen incalculab­le y, en general, un nivel de violencia que pone en peligro al sistema democrátic­o y hasta al propio Estado. La Policía hace grandes esfuerzos y tiene buenos resultados, pero hay quejas públicas sobre la dudosa negligenci­a de la justicia y la benevolenc­ia de ciertos jueces que, a pretexto de que la prisión es la última de las medidas, ponen de inmediato a circular a los delincuent­es.

Ante esta realidad, no faltan planteamie­ntos políticos sobre permitir el uso de armas defensivas y otros, más teóricos que realistas, que sostienen que la cura sería peor que la enfermedad.

Hoy vemos con honda preocupaci­ón que se enraiza una cultura de sangre, ante un Estado estructura­lmente débil, con dudoso control del monopolio de la fuerza y en el que los ciudadanos empiezan a saldar sus diferencia­s en base a la violencia.

El alevoso asesinato a mansalva, en pleno centro de Quevedo, del que fuera alcalde, congresist­a, candidato a prefecto y este año candidato a asambleíst­a para Los Ríos, es una nueva evidencia de que la violencia es ya incontrola­ble. El gobierno tiene la obligación urgente de descubrir y reprimir a sus autores.

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