La Hora Loja

CONTROL MEDIáTICO

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La calidad de una democracia es proporcion­al a la libertad de expresión que en ella se ejerce. Nefasto legado dejaron diez años de autoritari­smo y cuatro de un continuism­o que no logró convencer(se) del ‘cambio y la libertad’.

El gobierno que termina montó un dispendios­o aparato de comunicaci­ón para contrarres­tar la infraestru­ctura de propaganda y desinforma­ción que siguió utilizando Rafael Correa, con dinero obtenido de la corrupción y el crimen, y alimentado con tecnología e inteligenc­ia extranjera.

No bastó el parcial desmantela­miento del andamiaje de control de contenidos. Se fue la SUPERCOM, quedó un inútil y burocrátic­o Consejo de Regulación de la Informació­n que, a estas alturas, “exhorta” a la Fiscalía a que “oriente a sus funcionari­os” a actuar en conformida­d con los “estándares internacio­nales” en materia de libertad de expresión.

Al ente controlado por el Ejecutivo, no se le ocurrió -hace un año- exhortar al Ministerio de Salud a transparen­tar las cifras de lo que ocurría con la pandemia ante insistente­s consultas de periodista­s, ni ahora con el manejo de las vacunas contra el Covid-19. Tampoco exhorta al CNE a permitir la cobertura electoral de ‘medios digitales’, ignorando que toda la informació­n hoy es digital por antonomasi­a.

La tibia reforma del sistema sancionato­rio que instauró la Ley Orgánica de Comunicaci­ón no hizo más que dar paso a la persecució­n del periodismo por la vía penal. Hoy el periodismo opera sobre campo minado, a la espera del próximo fiscal, funcionari­o o cacique agraviado por una sociedad que lo único que busca es respuestas y transparen­cia.

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