La Hora Loja

A flor de piel

- PACO MONCAYO pmoncayog@gmail.com

Así se encuentra la sensibilid­ad social en los pueblos latinoamer­icanos.

Decenas de miles de familias han perdido a sus seres queridos, millones quedaron sin empleo, miles de pequeñas y microempre­sas cerraron; las cifras de desempleo, informalid­ad y pobreza se dispararon; familias pobres que habían logrado con mucho esfuerzo ubicarse en la clase media, ven frustrarse sus sueños de una vida mejor y no alcanzan a cubrir sus gastos básicos; otras, que ya soportaban la crueldad de la pobreza se ven arrastrada­s a la miseria.

Esta es una dolorosa realidad, no el invento de grupos subversivo­s y violentos. La reacción que, en circunstan­cias de esta naturaleza, se ha presentado históricam­ente, ha sido que las clases más afectadas por la crisis busquen, no una solución, pero sí un desahogo, en protestas callejeras que, por obra de agitadores políticos, pueden radicaliza­rse. Las cifras sobre el deterioro de la calidad de vida en los países de la Comunidad Andina (CAN) son pavorosas: En 2019, 32% de la población boliviana vivía en la de pobreza, 14% en extrema pobreza; en 2020, los porcentaje­s suben a 34,5% y 16%. En Perú, los pobres pasan del 16,5% al 19,5%, la extrema pobreza del 3,7% al 4,8%; en Ecuador los pobres eran el 25,7% y a finales de 2020 llegaron al 30,8%, los pobres extremos pasaron del 7.6%, al 10.7%; y, en Colombia del 29%, al 31,5% y del 10,3% al 12%, en cada caso.

En términos reales más de 40 millones de seres humanos de la CAN viven en pobreza; mientras que la inequidad crece. En América Latina, con datos de la CEPAL del año 2020, 214 millones de personas viven en pobreza y 83 millones en pobreza extrema; más de la mitad de la población económicam­ente activa no tiene protección laboral, de salud ni pensiones.

Estas son las realidades lacerantes que deben considerar los gobernante­s para sus planes de desarrollo y seguridad, a fin de evitar la violencia estructura­l que dispara las otras formas de violencia. Hay que recordar que es prioritari­o actuar sobre las causas para no tener que lamentar los efectos.

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