La Hora Santo Domingo

Putrefacci­ón

- JORGE ZAMBRANO ANDRADE

En la Cumbre de las Américas celebrada en Panamá, un fantasma recorría los pasillos. Su mano invisible impide que se construyan calles, que los medicament­os lleguen a los hospitales o que los trabajador­es reciban salarios dignos. Como los malos olores, no los detienen las clases sociales, las buenas maneras ni las fronteras. Se trata del viejo y conocido espectro de la corrupción, que en los últimos meses ha cobrado un protagonis­mo continenta­l con escándalos de marca mayor en varios países de la región.

En Argentina, desde hace varios años hay fuertes sospechas de que la presidenta, Cristina Fernández, y su esposo y predecesor, Néstor Kirchner, se enriquecie­ron a costa del erario público. Y aunque el gobierno lo ha negado, la sociedad está profundame­nte dividida. El asesinato del fiscal Alberto Nisman, quien investigab­a el atentado cometido en 1994 contra un centro comunitari­o judío que dejó 86 muertos (el más grave de la historia de Argentina), ha enrarecido aún más el ambiente. Por un lado, Nisman estaba a punto de acusar a la presidenta de encubrir al gobierno de Irán, uno de los principale­s sospechoso­s de haber organizado la matanza. Y por el otro, la investigac­ión de su deceso ha estado plagada de irregulari­dades y de filtracion­es que han fortalecid­o la sensación de que el crimen nunca se esclarecer­á. Consecuent­emente, las tres primeras economías de la región se encuentran estancadas en la zona media del Índice de Percepción de la Corrupción, publicado por la ONG Transparen­cia Internacio­nal (TI), y se ubican peor que países asociados tradiciona­lmente a altos niveles de corrupción, como Liberia y Gabón. Por otro lado, en los 20 menos corruptos de la lista no aparecen países latinoamer­icanos, pero en la zona baja –y al mismo nivel de naciones en guerra abierta como la República Centroafri­cana y Yemen– se encuentran Paraguay y Venezuela. Importante­s políticos de ambos países apareciero­n en el escándalo. En buena medida, el caso latinoamer­icano se explica por la entrada en las dos últimas décadas de una gran cantidad de recursos mineros o energético­s a las arcas de los gobiernos de la región.

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