Grandes sueños, grandes proyectos Grand Dreams and Grander Designs
Dominic Hamilton hace un recorrido por una de las más grandes y ambiciosas transformaciones del continente, el Centro Histórico de Quito
Dominic Hamilton charts the course of one of the continent’s greatest and most ambitious urban transformations, in Quito’s Old Town
Existe todo tipo de soñadores. Algunos nunca ven sus sueños hechos realidad. Otros divagan solitarios como nubes. Y están los que pueden soñar, compartir sus ideas con los demás y trabajar juntos para concretar su sueño. Son los que hacen real lo efímero. La historia de la recuperación del Centro Histórico de Quito pertenece a esos soñadores.
Cualquiera que en los años 90 escudriñara el damero establecido por los españoles, se habría reído de la ingenua propuesta de cambiarlo. Su núcleo de cerca de veinte cuadras rodeado de montañas por todo lado, se había convertido en una pesadilla, en un caos. Los petrodólares del boom petrolero, en los años 70, hicieron que las familias ricas del centro, abandonaran sus mansiones coloniales y republicanas, cambiaran sus fachadas de “torta de bodas” por modernas residencias en los barrios del norte. También los negocios abandonaron el centro a cambio de edificios de hierro y concreto. Incluso los burócratas lo dejaron, quedando sólo la Municipalidad y unas pocas oficinas del gobierno. A pesar de su asombroso valor histórico y cultural, su legado como corazón de este enclave andino, fue abandonado.
El comercio siempre ha sido la razón de ser de Quito, como vimos en el artículo sobre la historia de la región prehispánica. Quito había sido el nexo de comercio e intercambio, con sus puntos más importantes en la Plaza Grande y la Plaza de San Francisco. Entonces, tuvo sentido que los comerciantes ocuparan los espacios dejados por las familias, los negocios y los empleados públicos. La imagen de esta inundación viene a la mente como una avalancha en las calles, desbordando todos los rincones, las rendijas, devorando todo a su paso. En los años 90, el Centro Histórico se convirtió en un gran mercado.
Todavía recuerdo cómo era, cuando lo visité por primera vez, en 2001. Las calles eran un hervidero de comerciantes. Toldos azules y negros cortaban la luz. Había cuerdas atravesadas, conspirando para hacerte tropezar. Cientos de puestos improvisados llenaban las calles, con sus utensilios apilados. Ollas y sartenes sonaban mientras los vendedores servían sus comidas en media calle. A través de esta aglomeración pululaban toda clase de comerciantes: ventas callejeras de espumilla, en bandejas especiales, cocos macheteados en carretillas. Uno era arrastrado por esa barahúnda medieval y, hasta, a veces, por mala suerte, despojado de su cámara o su cartera. El ex alcalde Paco Moncayo, recuerda haber escuchado a un niño en el Centro Histórico, diciéndole a su padre: “¿Podemos regresar a Quito ya?”. Las cosas estaban realmente mal.
Unos años antes de mi primera visita, los soñadores habían ganado espacio en las esferas del poder. Primero, unos pocos, luego cientos y, después, miles de quiteños comenzaron a creer que no debería ser así. Al imaginar algo diferente, era un gran salto en la fe de lo que unos pocos estaban preparados para hacer. Sólo los valientes y audaces lo lograrían. Pocas ciudades en el mundo podían ver un cambio tan radical, ¿podría la modesta Quito?
Pasemos a la inauguración de los reflectores de la Plaza Grande, en 2003. Los grandes de la ciudad y miles de ciudadanos comunes, fueron testigos, en una fría tarde, de lo que era posible conseguir. Entre discursos y música de bandas, los monumentos, iglesias, palacios y edificios, centros de la historia e identidad de la capital, fueron envueltos por la luz de lámparas y reflectores.
Aunque el proyecto de la Plaza Grande era sólo uno entre muchos, fue quizás, el más simbólico de todos. Para lograrlo, unos 12.000 comerciantes fueron trasladados exitosa y pacíficamente de las calles a varios mercados construidos para el efecto. Con un innovador préstamo del Banco Inter-Americano de Desarrollo (BID), alcaldes, empleados públicos, consultores internacionales y ciudadanos apasionados pusieron en marcha un proyecto que recuperaría al Centro Histórico para dejar de ser una causa perdida y convertirse en una joya de la corona de los Andes.
El turismo era parte de esa visión de futuro para el Centro y es, quizás, su mayor éxito. Algunas iniciativas –como el Hotel Patio Andaluz- tomaron más tiempo que otras en despegar. Cabe recordar que, en 2001, no había un plan maestro, ni identidad, logo, mapa oficial, sitio web o centros de información, y tampoco convenios público-
privados. Los visionarios de esta Quito diferente, concretaron diferentes proyectos: tránsito organizado, calles peatonalizadas, iluminación y seguridad, el Museo de la Ciudad, el Centro Cultural Metropolitano, mercados diseñados especialmente para comerciantes, parqueaderos con 1500 puestos, tiendas y restaurantes en el Palacio Arzobispal… Se creó un ambiente en el que los inversionistas confiaron en que se podía cambiar el foco del turismo, del barrio La Mariscal, al Centro Histórico. Simultáneamente, la ciudad se enfocó en su patrimonio cultural: la restauración física y el patrimonio inmaterial: música, libros, poesía, eventos. Todo esto ha significado una inversión de cientos de millones de dólares entre 2000 y 2014.
Tal vez lo más importante de todo, es que los soñadores rescataron el Centro Histórico de Quito para los quiteños. De esta manera, transformaron toda una mentalidad, cambiaron la relación de los ciudadanos con su Centro. He sido testigo de cómo redescubren el corazón de su ciudad, esta maravilla del patrimonio mundial que varias generaciones habían borrado de su mapa. Desde el cambio, las generaciones de la última década lo reivindican, con orgullo, conocimiento (gracias a un programa de visitas escolares) y pasión.
Los cambios continúan. Todas las agencias de Naciones Unidas en Quito, pronto ocuparán las instalaciones del antiguo colegio Simón Bolívar, situado en la calle Benalcázar. La Universidad de las Américas convertirá en campus el viejo hospital San Lázaro, a la sombra del Panecillo. Se han invertido millones de dólares en la Plaza 24 de Mayo. Se abrió el complejo deportivo Qmandá en el ex terminal de buses. Aún hay mucho por hacer. Se puede decir que la inversión en el componente social en el Centro Histórico ha sido ignorada y es necesario abordarla. Pero la historia todavía nos llena de optimismo, confianza, romanticismo, tal vez, en que los soñadores y visionarios aún pueden cambiar el mundo. Los grandes proyectos no siempre han sido una quimera. Dreamers come in all shapes and forms. Some never see their reveries come to fruition. Some wander lonely as clouds. And then there are those who can both dream, share their ideas with others, and then work together on realizing their vision. They make the ephemeral real. The story of the recuperation of Quito’s Historical Center is a story of such dreamers.
Anyone surveying in the mid-1990s the chessboard grid established by the Spanish would have laughed in the face of the innocent who proposed to change it. Its core of about twenty blocks, cupped by hills on all sides, had disintegrated into a true urban nightmare; a mess. With growing wealth and the petrodollars created by the oil boom of the 1970s, the capital’s well-to-do families, one by one, abandoned their Colonial- and Republican-era mansions, swapping their wedding cake façades for ‘modern’ residences in the new neighborhoods to the north. The businesses, too, deserted it in favor of concrete-and-steel tower blocks. Even the bureaucrats largely quit the Centro, with only the Municipality and a handful of government agencies remaining by the late 80s. The quarter, despite its staggering historical and cultural value, despite its legacy as the heart of this Andean enclave, was forsaken.
Commerce had always been Quito’s raison d’être, as we learned in the previous article on the region’s pre-Hispanic history. Quito was a nexus point for trade and exchange, and its epicenters were the Plaza Grande and the Plaza San Francisco. So it made sense for commerce to occupy the spaces left by the families, businesses and civil servants. The image of floodwater comes to mind, rushing through and filling the streets, inundating every nook and cranny, engulfing everything in its path. By the 90s, the Old Town had become one giant market.
I can still remember how it used to be, when I first visited in 2001. The streets were like a fish farm of commerce. Awnings of blue and black cut out the light. Ropes and strings to hold them conspired to trip you up, or garrote you. Hundreds of impromptu stalls lined the streets, piled high with every ware. Pots and pans clanked as cooks ladled soups into bowls in the middle of the street. Through this mêlée of commerce swam more merchants, hawking their espumilla