A glimpse through the looking glass
La única forma de darnos cuenta de lo que nos estamos perdiendo en el Centro Histórico, es mirar la ciudad desde una vista satélite tipo Google. Esta perspectiva permite apreciar las fachadas de los impresionantes complejos religiosos. Detrás de esas fachadas hay vidas ocultas de cuya existencia no tenemos idea.
Simón Bolívar, el gran héroe de la independencia latinoamericana, llamó “monasterio” a Quito, cuando recorrió las calles de la ciudad con su ejército victorioso. La urbe de comienzos del siglo 19 ciertamente ya no es la misma. Pero aún quedan vestigios de ella, aún hay hombres y mujeres que viven monásticamente en el centro histórico más grande de América Latina.
Hoy en día, la única manera de atisbar ese “otro mundo” monástico, es a través de los tornos de los claustros, que parecen portales a otra dimensión. Los quiteños hacen cola para comprar productos hechos por las monjas de claustro: cremas naturales y ungüentos, jarabes de ajo y rábano, remedios para la tos, vino de consagrar. La lista de artículos del convento de Santa Catalina de Siena, fundado en 1593, se muestra en la pared de la entrada, junto al torno. Cuando llega su turno, la persona se acerca y hace su pedido. Al otro lado, la monja recomienda el remedio y dice el precio. Se deposita el dinero en el torno y éste da la vuelta con el pago. Nunca se ve a la monja durante la transacción. Es difícil de entender, pero funciona.
El convento de Santa Catalina fue el primero de la ciudad que abrió parte de sus instalaciones a los ojos curiosos, invitando a conocer su colección de arte religioso. Allí hay una famosa banca que, según dicen, vuelve fértiles a las mujeres que no pueden tener hijos. Cuando lo visitamos hace años, un perro tocaría la campana de la iglesia. Al perro lo llamaron… Beethoven.
Un proyecto más ambicioso se inició el año pasado. En la calle García Moreno, manejado por el Museo de la Ciudad, (frente con frente) el Museo del Carmen Alto muestra la vida de Santa Mariana de Jesús, entre las vidas de las monjas que aún ocupan parte del complejo (creado en 1653), y exponen su colección de arte religioso. La inversión y adaptación del museo habrá sido considerable (así lo dice el exagerado despliegue de guardias de seguridad).
El complejo rodea un hermoso patio empedrado, cuyos nudosos árboles de naranja crean un espacio apacible que sustrae al visitante del ruido exterior. Detrás de estas paredes, 21 monjas viven su vida de claustro, regida por votos perpetuos de pobreza y silencio, que les permiten hablar