Ellas bailan
uando las escucho hablar están políticamente divididas: unas con la oposición y otras con el oficialismo. Hay quienes van a darle su voto a Lasso para votar contra el gobierno, mientras unas cuantas dicen que aun desilusionadas darán su respaldo a Moreno porque “más vale diablo conocido que ángel por conocer”... Lo que ocurre en estas improvisadas reuniones de migrantes en Italia no es nada distinto de lo que pasa en múltiples lugares del Ecuador continental, con la enorme diferencia de que aquí los límites de la discusión electorera no llegan a los escenarios de violencia y campaña sucia que hemos visto llegar en nuestra tierra.
Después de discutir, sin ausencia de pasión y altos tonos, los asuntos del Ecuador y sus políticos, ellas van a lo suyo, que es mucho más grande que una elección y que tiene que ver con sus hijos, con el trabajo, la salud, la justicia y, sobre todo, derechos humanos.
Hilvanando una y otra historia, diría que llevan fuera del país entre 15 y 20 años y han pasado las penurias que la mayoría de nosotros hemos escuchado, pero que alcanzan una dimensión distinta cuando te las cuentan mirándote a los ojos y con la voz temblorosa y bañadas en llanto si te permites abrazarlas en silencio.
Graduada de bachiller, Evelyn llegó de paseo a Milán ilusionada con visitar a su madre, que ya vivía tres años en Italia. Solo dos semanas después pudo abrazarla cuando su progenitora inventó una enfermedad. Hizo una masa redonda de harina y se la pego al bajo vientre. Pidió a su patrona examinarla sobre la ropa y entonces accedió a dejarla ir al hospital. Tenía un año y medio en esa casa trabajando en condición de esclava doméstica. Ganaba la mitad del salario mínimo y todos los siete días de la semana sin horarios, ni derecho a descanso. Sus jefes tenían sus documentos y supuestamente se estaban encargando de “sus papeles”. Evelyn decidió ir más allá del sufrimiento y los lamentos y halló la forma de denunciar la situación de su madre, encontrando a la larga justicia y reparación, pero no solo para su progenitora sino para otras mujeres inmigrantes en situaciones similares. De a poco se fue vinculando a grupos de defensa de migrantes, contra el racismo y facilitadores de refugiados. Convirtió esa bandera en su causa. Tiene un compañero italiano y dos hijos. Estudia y trabaja y, como lo dice claramente, sigue en proceso de formación mientras acude