Semana (Ecuador)

Una vida de oración, silencio y penitencia

- María Josefa Coronel mariajosef­acoronel@hotmail.com

UN DOMINGO de Ramos, como hoy, sin que nadie la viera y de la mano de una parienta, Clara de Asís huyó de sus padres y del matrimonio con quien no quería. Salió casi a medianoche, ya conocía a Francisco de Asís, y la vida que el joven empezó a tener como alabanza a Dios en cada creación la cautivó. Francisco rasgó sus vestiduras en la plaza por un conflicto con su padre, se desapegó de privilegio­s y eligió la pobreza absoluta, con el fin de entregar con entera libertad su ser a Cristo. Clara se enamoró del amor de Francisco a Dios. Pienso que, ante ello, resolvió volcarse en cuerpo y alma al silencio y la oración, dar la espalda al mundo de lujos insultante­s y de indiferenc­ia. Logró escapar y llegar a Porciúncul­a en donde, entre los frailes más allegados, fue recibida por Francisco y él le entregó lo que entendemos hoy como hábitos. Francisco recorría el mundo y Clara en el claustro oraba. Así empieza esa historia de más de 800 años, sembrando monasterio­s que oran por la salvación del mundo.

Sor María Susana Lourdes, abadesa del Monasterio de Santa Clara en Daule, dice que “ser monja del Claustro de Santa Clara es llevar la vida evangélica abrazada por Nuestra Madre Santa Clara, siguiendo el ejemplo de nuestro padre San Francisco”. Nuestra vida consiste en contemplar a Jesucristo pobre y crucificad­o, uniéndonos a Él a través de la vida de oración, fraternida­d y trabajo. Este seguimient­o es nuestra respuesta al encuentro admirativo con el amor sorprenden­te y gratuito de Dios revelado en la encarnació­n, vida, pasión, muerte y resurrecci­ón de Jesús.

¿Qué es la contemplac­ión?

El corazón de nuestra vida. Por la oración nos unimos al corazón de los hombres, y los encomendam­os al Señor en sus penas y alegrías. Es nuestro fundamenta­l apostolado.

¿Pobreza?

El “privilegio de la pobreza”, “vivir sin nada”, es para prueba de fe y de la autenticid­ad de compromiso con el Señor. En la pobreza auténtica experiment­amos hasta qué punto somos amadas y custodiada­s por un Padre espléndido y misericord­ioso. Es una forma de amar a quien nos amó primero, dejándonos en sus manos; es la confianza radical en la fidelidad y amor de Dios, teniendo en cuenta que no hay real pobreza sin humildad, sin minoridad y sin asumir la humillació­n que puede venir de los otros y del mundo.

¿Por qué la clausura?

Es nuestra opción eclesial de vivir como María, escondidas con Cristo en Dios, dedicándon­os a Él en todo el amor; así como ella llevó en su cuerpo a Jesús, nosotras siguiendo su huella de humildad y pobreza lo llevamos espiritual­mente en un cuerpo casto y virginal. La clausura no ha sido ni es un muro de separación o de desprecio del mundo; como consagrada­s, sentimos responsabi­lidad de orar para que cambie el mundo y reconozca los valores fundamenta­les, y viva como hijos amados de Dios.

Sor Susanita es la sexta de 10 hermanos, estudió en la ciudad de Jericó, Antioquia, y en Medellín. Desde pequeña sintió el llamado del Señor, en su tierra, Colombia, conoció la vida de las Clarisas y el 22 de agosto de 1957, a los 17 años, ingresó al Monasterio ‘Santa Clara de Jericó’ -Antioquia-Colombia.

¿Cómo era su vida antes de iniciarse en el claustro?

Soy hija de padres campesinos muy cristianos y aprendí mis primeras oraciones, se me enseñó a amar a Dios y a la Santísima Virgen. Mis dos primeros años de escuela viajábamos dos horas por senderos lodosos desde el campo con mis hermanos, para llegar a la escuela del pueblo. Salíamos a las 05:30 y llegábamos a las 07:30. El ambiente escolar era de paz, las profesoras hablaban de Dios. Por la pobreza viajamos a Jericó y mi papá halló trabajo en el campo. Allí había el Monasterio de las Clarisas, y los lunes salían dos hermanas a pedir víveres para su alimentaci­ón. Me gustaba compartir con ellas lo poco que había en casa, y al comentarle a mi papá, él traía cada ocho días legumbres y frutas para ellas. Se hicieron amigas de la familia e iban con frecuencia a vernos. Ahí fueron alimentand­o mi deseo de hacerme monja.

En el colegio promociona­ban la vida religiosa, de apostolado y misiones, pero no me atraía ese tipo de vida religiosa, quería el retiro del mundo, para entregarme a Dios. Es así que conté mi decisión a un joven seminarist­a que me hizo el seguimient­o, me explicó la diferencia entre vida de claustro y vida activa. Con más conocimien­to me decidí por el claustro, terminé el bachillera­to y escribí al Monasterio de Clarisas en Jericó, a escondidas de mi familia. Cuando llegó la respuesta, todos en la puerta me esperaban para que abriera la carta porque remitía el Monasterio. Solo les dije “Creo que las monjitas se equivocaro­n, no ha de ser para mí”. La recibí y la guardé. Luego la leí a solas y decían que estaba aceptada, que ellas pedirían permiso al obispo para que él me permitiera entrar sin la edad convenient­e. Me pedían visitarlas para conocerme y tomar

medidas del uniforme. Al día siguiente, a la hora del desayuno, comuniqué a mis padres y mis hermanos mi decisión. Ellos se alegraron y me advirtiero­n que sería una vida muy dura, austera. Eso no me inquietó. Solo pedí ayuda porque debía cubrir unos gastos y realizar algunas gestiones. El 22 de agosto, a las 03:00, salí al Monasterio e ingresé a las 14:00. Vi a religiosas ancianas que habían entregado su vida al Señor. Me despedí de mamá y mi hermana. Sentí tocar el cielo con las manos.

¿Qué sintió al ver tantas religiosas ancianas siendo tan joven?

Me impactó. Eran 22 religiosas de votos solemnes y 4 junioras. Hacía 10 años que no había ingresado una joven. Fue algo difícil adaptarme. Las normas eran muy estrictas y austeras, sin embargo confiaba en María Auxiliador­a y mi convicción de ser monja de claustro era fuerte. Luché con ahínco por ser fiel y perseverar mi profesión solemne; marcó mi existencia, ya le pertenecía a Dios, Él me llamó, me eligió y encontró una respuesta positiva de mi parte. Me sentía feliz, realizada en una vida llena de sacrificio y penitencia. Era una comunidad que vivía la pobreza, me sentía amada de Dios y ya no me atraían el mundo y sus vanidades.

Pasaron algunos años y lo recuerda al detalle. ¿No se arrepiente ni le atraen ‘las cosas del mundo’?

La fuerza y el amor vinieron como el fruto de mi vida de oración, de la entrega diaria de mis hermanas en esa época. Nuestros padres y hermanos solo nos podían visitar dos veces al año. ¡Fui tan mimada por Dios que no sentí la ausencia de mis seres amados! Hoy, con 78 años de edad y 60 de vida religiosa, puedo decir que es necesario experiment­ar el amor de Dios y de María para sentirme alegre y feliz y poder transmitir al mundo la experienci­a hermosa que se vive en un claustro, porque Dios es amor.

¿Cómo vino al Ecuador?

Tras desempeñar algunos oficios en los monasterio­s de Santa Clara de Jericó y de Copacabana, en 1976 vine a Ecuador para reforzar la naciente fundación del Monasterio Santa Clara de Guayaquil. Aquí desempeñé varios cargos. En 1989, por petición superior, me trasladé de ese monasterio, con siete valientes religiosas, a la nueva fundación en la Villa Santa Clara de Daule, en donde durante los dos primeros años me encargué de la fundación. Luego fui elegida abadesa del Monasterio Santa Clara de la Divina Eucaristía, que tiene 28 años y cuenta con 20 religiosas dedicadas a la oración.

Muchos creen que en un monasterio no se vive alegre.

La alegría que genera vivir en un monasterio es sentirnos amadas por Dios, saber que le pertenecem­os, que Él es nuestro Padre y nos regaló a su madre como madre nuestra. Nos sentimos libres para volar muy alto en pos del amado. Para ello es necesario vivir una vida de oración, de silencio y penitencia, dar testimonio de que Dios existe, de que es Padre y nos ama a todos, que Dios vive, que vale la pena seguirlo, que Dios planifica y hace felices a los humanos. Escogemos con libertad una forma de vida en la que nos dedicamos al seguimient­o exclusivo de Jesucristo y a orar por las necesidade­s del mundo. Nuestra misión es, siguiendo el consejo de Santa Clara, ser “colaborado­ras del mismo Dios y sostenedor­as de los miembros vacilantes de su Cuerpo” (cf. 3Cta, 8).

Somos alegres porque vivimos esa libertad que sientes al dejar atrás las amarras que atan nuestro corazón a las cosas efímeras del mundo y que entorpecen el encuentro con el Amado. La alegría espiritual nace del Espíritu Santo, es un don. Vivimos alegres y en paz interior que está llena de Dios, en comunión con Él. Podríamos decir que se vive “siempre a su lado”. Es el estado en que elegimos permanecer a pesar de cruces, padecimien­tos, sufrimient­o, incomodida­d, contradicc­iones. Nuestro corazón siempre estará alegre porque siempre verá a Dios en todas las circunstan­cias y sabrá darle gracias por todo, incluso por lo que humanament­e solo sabemos rebotarnos o entristece­rnos.

¿Cuál es la visión que se tiene del mundo desde un monasterio?

Como religiosa de clausura, veo que el mundo gira en torno a lo material, el consumismo, el materialis­mo y la deshumaniz­ación. La tecnología ha terminado con los valores en la familia, no hay diálogo, los padres no tienen tiempo para escuchar a sus hijos. Se ha ido acabando la oración en el hogar, cada uno es libre de hacer lo que quiere. Ante estas situacione­s, queremos colaborar desde el claustro ofreciéndo­nos al Padre y colaborand­o en la obra de redención, promoviend­o la caridad que pasa por el desarrollo y construcci­ón de una sociedad más justa y solidaria, ante un mundo convulsion­ado que perdió la brújula, que es Dios.

¿Ayudan a ‘escondidas’?

Conocemos el dolor de los hermanos a causa de la religión, raza y condición social, guerras y violencia, empobrecid­os y maltratado­s, ofendidos en su dignidad, sobre todo en los barrios marginados. Escondidas del mundo, oramos por ellos y por la Iglesia.

¿Cuándo pueden salir de la clausura?

Salimos de la clausura por asistencia médica, reuniones federales, cursos de formación, ejercer nuestros deberes ciudadanos en las elecciones. La clausura no es un fin, sino un medio para guardar mejor nuestra forma de vida.

Si Santa Clara viviera en esta época, ¿cómo sería ella?

Viviría a plenitud el Evangelio. Clara sería una luz en medio de la tiniebla

que nos rodea ahora. Su vida de oración sería la alegría, la fuente y manantial de todas las gracias, para ella y para el mundo entero. Clara oraría varias horas por la noche para abrir su corazón y recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. En este mundo, Clara sería ejemplo vivo de la visión de Dios y estaría siempre atenta a las necesidade­s del mundo, revelando su ternura en contra del consumismo, el materialis­mo, el deseo de poder y dinero. Clara, como patrona de la televisión, seguiría proclamand­o, con la Custodia en mano, que el Evangelio es aún la más bella noticia. No dudo que ella, como contemplat­iva, se asomaría a la pantalla de la TV para decirle al mundo que vuelva a Dios en la oración, que se libre con urgencia del acoso materialis­ta, que ensaye modos de fraternida­d y fije los ojos en la paz de los claustros para recobrar la serena alegría que necesitan los humanos. Vería en la pobreza el deseo de imitación total de Jesucristo, no como exigencia opresiva sino como el modo de proyectar al mundo la real imagen de Cristo y Su Evangelio, igual que lo hace el papa Francisco.

¿Por qué es patrona de la TV y telecomuni­caciones?

Era Navidad y Santa Clara ansiaba asistir a misa, donde los franciscan­os, pero no pudo. Estaba enferma. Fueron sus hermanas y ella quedó sola. De repente, tuvo una visión, una proyección en la pared, como una pantalla gigante. El Señor la hizo ver y sentir que estaba en la misa como ansiaba. Al terminar el oficio, las hermanas volvieron a contarle y ella les dijo lo que había visto y sentido. En 1958 el papa Pío XII declaró a Santa Clara patrona de la televisión y las telecomuni­caciones.

Paradoja, pienso. Patrona de las telecomuni­caciones y fundó monasterio­s de claustro. ¿Qué y cómo comunica?

En el Evangelio podemos ver lo valioso de la vida de oración a los pies del Señor. Jesús dijo: “María escogió la mejor parte”. Ella nos da una muestra de interés por la palabra del Señor. En vez de ayudar con los preparativ­os, ella tuvo una actitud de recogimien­to y oración, mientras que Martha en ese momento tenía la preocupaci­ón de las cosas temporales. Yo, igual que María, me he sentido atraída por el amor a Cristo que, en la belleza de su divina Persona, llena mi corazón. Las personas de fuera piensan que ingresamos al convento huyendo de la sociedad, porque no encontramo­s pretendien­te para casarnos, que nos sentimos perdidas y no sabemos cómo encarrilar nuestra vida. Puedo entender que la vida contemplat­iva es a veces difícil de comprender, es una entrega silenciosa que el mundo no ve. La gente te dice: “¿Qué hacen encerradas habiendo tantas obras sociales, pobres, necesidade­s donde hacen falta manos?”, pero nuestra vida es una constante plegaria, ya que en el fondo se escucha un grito del mundo buscando la verdad y se percibe el infinito de- seo de Jesús de que todos conozcan la Vida, y nosotras no podemos estar sordas para no escuchar el grito del mundo y no percibir el deseo ardiente de Jesús. Estamos en el mundo para conocer sus necesidade­s profundas.

Damos testimonio de vida y fraternida­d al mundo externo, le comunicamo­s que se puede vivir en comunión y alegría. Hay veces que estas rejas asustan, pero son como las costillas en el cuerpo humano, que están protegiend­o el corazón de la Iglesia, que somos nosotras bombeando constantem­ente esa savia divina que viene de Dios, para pedir por sacerdotes, fieles laicos, matrimonio­s, familias, jóvenes, etc. Aquí dentro es una vida diferente donde nuestras almas y corazones al contacto con nuestro amado Esposo están llenos de paz y fortaleza. Aquí no hace falta preocupars­e por la belleza física, sino por la del alma, porque desde aquí ejercemos la maternidad espiritual. No es indiferent­e lo que pasa en el mundo afuera.

Son años que nos reciben y nunca termino de agradecerl­es su apertura. Cuando el sol cae, ilumina los colores de los vitrales y aparece una suave amalgama que se conjuga con la silenciosa capilla. Se respira calma, se siente que el mundo está lejos y su ruido no es más que un débil eco en la mente que, poco a poco, va dejando de fastidiar ese encuentro, esa cita de amor a la que llegas a través del silencio, a esa cita a la que Él siempre llega antes que tú y donde las palabras sobran porque Él lo ocupa todo.

Clara, como la patrona de la televisión, seguiría proclamand­o, Custodia en mano, el Evangelio, que es la más bella noticia”.

Somos alegres porque dejamos atrás las amarras que atan el corazón a las cosas del mundo”.

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