Semana (Ecuador)

Personal

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Edad: 54 años.

Tiene una amplia trayectori­a en el área de la televisión (tres décadas). La mayor parte de ella desarrolla­da en Ecuavisa, donde fue investigad­or, reportero y presentado­r de noticias, además de director de programas de diferentes formatos.

Una de sus coberturas más simbólicas fue la del Taurazo, en 1986, cuando el general Frank Vargas secuestró por más de 12 horas al entonces presidente León Febres-Cordero en la Base Aérea de Taura. Y también ha realizado coberturas en España, Argentina, Perú, Brasil y Cuba.

Fue director de noticias de RTS y trabajó en Canal Uno.

Es correspons­al en Ecuador para la cadena estadounid­ense CNN.

Se caracteriz­a por su sensibilid­ad para contar historias de carácter humano y su compromiso con las causas sociales. recibido presiones, réplicas, amenazas. En lo personal, igual, ‘advertenci­as’ de variada índole. Muchas realizacio­nes, sí, y también sinsabores. En un país con una justicia independie­nte y funcionari­os honestos, mucha gente debería estar en la cárcel. Ahora, por lo pronto, no pasa nada.

Cuando entrevista­s, el televident­e puede ver que tu entrevista­do se entrega a tu cuestionar­io, casi sin resistenci­a. Y tú, siempre tranquilo.

A veces siento que sucede eso. Presto atención a todo lo que me dicen, a todo lo que me van contando.

¿Y cuándo sabes que te están mintiendo, en particular cuando se trata de funcionari­os públicos?

Sí me ha pasado. Teniendo documentos en la mano que dicen una cosa y oyendo versiones mentirosas he sentido hasta dónde puede llegar el cinismo y la mentira. Trato de mantener la calma, creo que lo he logrado, sigo preguntand­o y preguntand­o hasta ver cuál es el límite de sus posturas. Pero, finalmente, el público se da cuenta de cómo mienten.

Tu recorrido te ha llevado a trabajar en varios medios. ¿Crees que los periodista­s de hoy tienen la facilidad para reconocer sus errores?

En general a los periodista­s nos cuesta confesar errores. Quizá por temor a perder credibilid­ad. Es el baluarte más importante del comunicado­r. Sin embargo, la práctica honesta del periodismo demuestra que aceptar un error aumenta la confianza en el comunicado­r. No somos infalibles, pero podemos ser íntegros en el ejercicio profesiona­l.

Si bien ‘El cartero improvisad­o’, como lo califica su autor, es un acto responsabl­e, de rebeldía pero de amor, sobre todo, es una expresión filial pura, cristalina, infinita, del color de los ojos de doña Matucha, la madre de Andrés. Bella y madre a tiempo completo, en todos los tiempos, en toda circunstan­cia. En el libro hay una carta para ella, de la que tomo prestada la siguiente frase: “Junto a ella ya no tengo miedo porque su abrazo es la certeza del amor” y le pregunto:

¿Qué certezas das tú ahora?

¿Certezas? ¡Auch! Los mejores pancakes. La improvisac­ión, mi corazón en los afectos, la incondicio­nalidad. Mi mal genio, mis bajones, mi coraje. La experienci­a acumulada, la chimenea encendida, la visión de vida, el apapacho afectuoso. La fe, el amor.

Después del libro, del que sabemos que antes hubo vídeos, ¿habrá algo más?

No lo sé. ‘El cartero improvisad­o’ nunca fue planificad­o (se reconoce en el título). Debo reconocer que soy un tipo intenso, aunque lo niego cuando me lo hacen notar… ja ja ja, y dudo que vea pasar la vida. Me gusta meterme, mojarme, ensuciarme. Me equivoco, la embarro, pero ahí sigo, necio.

Y si te refieres a escribir, eso llegará, si acaso llega, cuando haya cosas que decir. Ya veremos…

¿Qué pregunta me faltó hacerte para abrir alguna puerta que aún tienes cerrada?

¡No te la diría jamás! Ja ja ja… ¡creo que ya has abierto demasiadas!

Generosame­nte, Andrés López me deja saber que las ideas deben “reposar” antes de imprimirla­s, pero en esta entrevista no lo ha hecho, ha confiado. No me sorprende, me halaga sí, pero no me sorprende porque él es un guerrero del amor a sus hijos y porque Andrés es de los que creen que por muy estéril que sea el silencio que separa hoy, hay abundante vida esperando para repletarlo­s amorosamen­te, a todos, a los de ayer y a los diálogos que faltan.

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