“Trabajar con Jacques-Yves Cousteau fue mi gran ilusión”
A NUESTRO invitado no le importa quedar bien con nadie. Nada de lo que dirá será para ganarse la opinión que se tenga de él. Dice lo que piensa sin disfrazarlo. Sí le importa la gente, el pueblo, con quien ha sufrido y sobre quienes sí sabe lo que padecen. Le importan ellos y mucho, así como tiene claro eso de que no es monedita de oro para caerle bien a todo mundo. Es Fernando del Rincón, quien se autocalifica como un ser humano algo extraño, cuestiona al poder sin preguntar bonito y cree que hay ocasiones en que se puede perder el respeto. A su lado más humano lo protege, pero no cree necesario hacerlo en esta charla. Ríe de grandes y pequeñas anécdotas de su día a día y reconoce que tiene un humor negro, en especial para la política.
Nunca has dejado de ser reportero.
Yo empecé en la calle, es el trabajo que hago todos los días y cuando estás frente a la pantalla te ponen de repente ciertas condiciones. Yo, por mi parte, les he pedido que me sigan enviando a la calle, que es donde están las historias.
Estar en la calle da una especie de autoridad para estar en pantalla, ¿no?
¡Sí, también! Hoy en día hay muchos lectores de promter, personas que no son periodistas. Solo saben leer el promter y lo leen muy bien. Pero no son periodistas y eso marca la diferencia y el gremio lo reconoce. La gente sabe quién trabaja como periodista en la calle, quién busca las historias, quién las entiende, quién se empapa en serio.
¿Para ti siempre estuvo claro que serías periodista?
No, empecé en medios con locución comercial. Hacía voz para empresas multinacionales a través de una agencia de publicidad. Luego me pasé al departamento creativo. Después empecé a trabajar en la radio. Al inicio fue enfocado más al entretenimiento. Pero ese no era un tema vinculado íntimamente con el periodismo como tal. Había en ese momento temas más importantes, como el impacto social de los vándalos, las pandillas. Vivía en Chiapas al mo- mento del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y eso me tocó la fibra. Empezó allí a cambiar todo. Pude ver mucho. Vi cómo trató ese tema el gobierno mexicano y a los indígenas
¿Cómo calificas ese manejo?
Pésimo, terrible, atroz, violatorio de los derechos de los indígenas, de los derechos humanos. Hubo muchas imágenes de las que yo fui testigo y que estaban grabadas en vídeo. Incluso nosotros las enviamos a un canal local en el que yo trabajaba y nunca vi esas imágenes en la televisión nacional. Nunca las vi, imágenes que obviamente exponían el manejo del ejército mexicano, abusando de su armamento, violando los derechos humanos, bombardeando incluso. Entonces, como que se rompió una burbuja moral dentro de mí, me recriminé fuertemente por tener acceso a un micrófono y/o medio masivo y no utilizarlo para hacer algo por el país. En ese momento decidí dejar el entretenimiento y meterme en cosas más serias que necesitaba México. Ese hecho tocó una fibra muy importante dentro de mí.
¿Y si vamos hacia atrás en tu historia, a la fibra más íntima, la familia?
Mi padre, Alejandro López León, es un médico veterinario, zootecnista y brillante. Tiene algunos doctorados, varias maestrías, con un trabajo impresionante en México, muy reconocido en el ámbito internacional. Pero a mí nunca me llamó la atención la veterinaria. Mi madre es egresada en la Universidad Iberoamericana en Historia del Arte. Durante su juventud fue bailarina profesional de ballet y actriz también de teatro en México. Trabajó, por ejemplo, con Gonzalo Vega en las representaciones de la obra de José Zorrilla ‘Don Juan Tenorio’ y en Televisa en algunos papeles.
Se ríe un poco de sí mismo. En realidad su primera sonrisa nos la regaló cuando empezó a hablar de sus padres, y dice que él debe ser el raro de la familia porque empezó a estudiar Biología Marina en la Universidad Autónoma de California y como intento le fue muy bien.
¡Me fue muy bien! Estuve un año. La pasé muy bien. Me proyectaba como científico loco ante un microscopio. ¡Me encantaba! Pero un día me decepcioné. Fue aquel día que subí a un autobús para irme de la universidad al departamento donde vivía y empecé a platicar con el chofer del bus. Lo escuchaba muy letrado, fluido, coherente y muy informado. Le pregunté qué había estudiado y cómo así llegó a ese trabajo. Me respondió: “Estudié Biología Marina en esta universidad y estoy en este trabajo porque no hay inversión para la investigación científica en México. O trabajas en un sindicato pesquero o acabas siendo otra cosa”. En ese momento me dije: “No voy a estudiar más Biología Marina”,
Uno no puede ser sumiso ante un asesino”.