Semana (Ecuador)

FAUSTO RENDÓN Y SU CONTAGIOSA PASIÓN POR LOS CABALLOS

- Gisella A. Rojas rojasg@granasa.com.ec

CADA VEZ que entra por la puerta de su rancho, Fausto Rendón apaga el celular y desaparece del planeta. Es que su vida siempre ha estado acompañada de imponentes criaturas que han trotado junto a él, los caballos. Se podría decir que desde que nació en 1948, aunque sus allegados discreparí­an, pues hay una fotografía que muestra a su madre embarazada de él y montando a caballo. Por lo que la broma familiar dice que incluso antes de nacer, Fausto ya cabalgaba.

Equipado con su vestimenta de jinete, se dispone a ‘cabalgar’ por su infancia, y dice: “Mi padre tenía una hacienda muy grande donde había cualquier cantidad de caballos. Él era fanático de estos animales”. Y como era de esperarse, a los siete años Fausto no jugaba con carritos o pelotas, sino con Terciopelo y Manolete, sus dos primeros caballos.

Conforme él iba creciendo, también lo hacían ellos, pues cada vez eran más fuertes. Mientras tanto, por su parte Fausto también iba mejorando en sus habilidade­s en las áreas de adiestrami­ento y salto.

Jinete de altura

En los años 70 y pico, cuenta, se empezaban a formar los clubes en Guayaquil, pues en ese entonces no había dónde ir a cabalgar. Sin embargo, rememora que montaba “en la Policía Nacional con grandes jinetes que hicieron historia en el Ecuador”. Con el tiempo se fundaron dos clubes: el Guayaquil Country Club, que se reinauguró, y por otro lado junto a un grupo de amigos creó el Club Ecuestre de Herradura.

Pronto llegaron los premios. Incontable­s. Tantos, que se cansó. “Me aburrí de ser campeón provincial, nacional. Me aburrí de ser mejor jinete del año en las máximas categorías”. Lo logró todo. Incluso conquistó la prueba de nivel San Jorge intermedia­ria uno y dos. Una de las más desafiante­s e importante­s, pues se hizo en honor a San Jorge, el patrono de la caballería. “Pocas personas en el país han llegado a esos niveles. Yo calculo que tal vez ocho o 10 en la historia de Ecuador han llegado allí”, recalcó.

Contagiand­o su pasión

Un maestro siempre necesita un alumno. Y sin duda, para Fausto la más especial fue su hija María Teresa, a quien le decían ‘La Mosca’ porque desde chiquitita andaba pegada a su caballo de nombre Morito. Con cara de orgulloso, Fausto destaca que su hija llegó a saltar 1,50 metros. “Yo le enseñé todo... montó muy bien... Tengo fotos y películas de ella a los tres años sola a caballo... Montábamos en Quito con mi otra hija, María Mercedes, la mayor”.

Sus días a caballo continuaro­n en la Costa Country Club, ya sin María Teresa, pero esta vez con sus nietos, quienes comenzaron a seguir sus pasos... perdón, su galope.

Desde su casa al club, cuenta, era muy lejos. Todos los días tenía que viajar 70 kilómetros de ida y de vuelta. La distancia se volvió un problema. “Llegábamos muy de noche, no alcanzábam­os a montar todos los caballos con los dos bebés”, lamentó.

Pero así nació el Rancho Botas y Espuelas, el cual ahora está tan cerca de él, que dice que “es como el patio trasero de mi casa”. Este negocio familiar cumple con dos funciones: por un lado es una escuela de equitación y por otro es un club espe-

cializado, formativo de ecuestre. Explica que ecuestre es la equitación racional, mientras que la hípica es del hipódromo. “Mucha gente lo confunde porque hay dos montas, a la bruta y la racional”. Revela que empezaron con cuatro jinetes y hoy son 48.

La tercera generación

Fuera del campo es el abuelito Fausto, pero dentro de él, incluso para sus nietos, es el ‘coach Fausto’, y los trata como a cualquier otro alumno, como él dice “a grito pelado”. Explica que durante el entrenamie­nto no puede ser el ‘abuelito’ porque hay mucha responsabi­lidad y peligro. “Entonces allí me odian, se ponen hasta a llorar porque tienen que hacerlo bien”. Ser estricto ha tenido recompensa, pues tanto Juan Andrés como Ana María han sido campeones provincial­es y nacionales en cada una de sus categorías.

Este deporte, detalla, sirve como un salvavidas. “La equitación los aleja de los malos hábitos y malos amigos porque tienen que estar allí, allí, entrenando”. Enfatiza que una vez que se involucran, ellos prefieren no ir a la fiesta, antes que no ir a montar.

Una adicción

A diario revisa si sus caballos están bañados, con el pasto en perfecto estado, o hasta con sus baldes llenos de agua. Me cuenta que el mejor caballo que tuvo en su vida se llamó Maryway. Su mirada azulada se ensombrece al recordar exactament­e el día en que murió, “1983 a la 1:30 a.m. de un cólico muy fuerte; traté de salvarlo, pero no pude”. Ilustra que los caballos son animales fuertes, pero mal construido­s, ya que no pueden vomitar, entonces cualquier indigestió­n se puede transforma­r en un cólico mortal. Le pregunto: ¿por qué son tan especiales? Su rostro se emociona y responde: “No lo sé describir, creo que es una enfermedad, es una adicción”. Así describe su amor hacia ellos.

Otro miembro de la familia a quien le contagió su pasión es su esposa Mónica de Rendón, con quien lleva 33 años de casado y de quien se jacta que ha sido campeona nacional y provincial de adiestrami­ento. A él lo que más le satisface es que su familia, su padre, madre, hija, esposa y nietos, han continuado con el deporte. Eso delata que los Rendón llevan los caballos en la sangre.

Fausto también dedica su tiempo a otros negocios en el país y el exterior, pero hay un momento del día en el que se siente pleno: cuando llega al rancho muy en la mañana y no hay nadie, solo están él y sus caballos. Es ahí cuando se da cuenta de que encontró su lugar en el mundo.

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María Teresa y Morito, cabalgando a los 3 años.

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