Una generación en altamar
UNA FAMILIA QUE HA PASADO MÁS TIEMPO EN EL OCÉANO QUE SOBRE TIERRA, CON INCONTABLES VICTORIAS. LA ÚLTIMA FUE EN EL MAR DE ESPAÑA Y PREMIADA POR EL REY FELIPE VI.
Todos buscan llevar la delantera. Uno detrás de otro. Casi por segundos se alcanzan, hasta que solo uno consigue el impulso final. Era la 36ª Copa del Rey MAPFRE del 2017, un verdadero duelo oceánico donde barcos de distintos lugares del mundo se enfrentaron a vientos caprichosos y poco benevolentes. Pero entre ellos navegaba uno en especial, era el ecuatoriano de nombre ‘Negra’, que después de seis días de regata logró quedar vicecampeón en su categoría. Es que al timón iban los protagonistas de esta historia, una familia innata de veleristas: los Rizzo. Para nuestra suerte, hoy no están en altamar y nos reciben en su oficina, que bien podría ser parte de un barco, pues tiene paredes de madera con pinturas que retratan olas en acción. Los tres se disponen a hablar sobre el deporte de sus amores, el velerismo. El primero en zarpar en el relato es Francisco Rizzo, exoficial de Marina, quien nos sitúa en su vida, 30 años atrás, a mediados de los 80, cuando junto a un grupo de veleristas del directorio del Salinas Yacht Club crearon la escuela de la clase optimist (un velero pequeño enfocado para niños). De la mano, también formaron la Cofradía Oceánica del Ecuador, de la cual fue fundador y comodoro. En su oleaje de recuerdos, destaca que su primer barco arribó en 1985, parte de una flota de veleros construidos en Argentina. A este lo bautizó como ‘Viña del Mar’, en honor a la ciudad natal de su esposa, doña María Josefina Reyes.
Un equipo ganador
Sus días en velero continuaron entre regatas, navegaciones y tripulantes permanentes como su hermano Pablo (+), su primo Víctor Ferrero y algunos amigos. Pero pronto se integraron, ávidos aprendices, Francisco y Andrés, sus hijos, quienes desde entonces han seguido sus pasos... perdón, su navegar. Sentados junto a él, ellos comentan que desde chiquitos asistieron a clases de náutica. “Veleriábamos en un barco pequeñito desde Salinas”, recuerdan. Así, con el equipo completo, en 1990 Francisco papá decide incorporar a su flota un velero de 40 pies de largo, esta vez llamado ‘Viña del Mar II’. Sobre él, como viento en popa los premios llegaron, conquistando las primeras clasificaciones en torneos nacionales e internacionales. A su vez, en 2011 obtuvieron dos campeonatos nacionales consecutivos, cuando adquirieron un barco finlandés de segunda mano apodado ‘Negra’. El buen viento siguió a finales del 2015, al alcanzar un logro histórico para el país en el deporte de vela. Fue en el Mundial de veleros oceánicos en Barcelona, donde se anclaron en el cuarto puesto. Los triunfos se volvieron incontables. Tantos, que ahora alcanzan para estar repartidos entre la casa y la oficina.
Anecdotario oceánico
Este mar de trofeos nos lleva al siguiente episodio de la historia: las anécdotas. Son muchas. Desde tener que dejar los fideos bajo el
sol para que se descongelen porque se ha dañado la cocina, hasta abandonar una competencia (cerquita de la meta) y salir al rescate de una embarcación en estado de emergencia, acción que destaca Francisco papá como una regla de hombre de mar. El ambiente de camaradería se implanta cuando Andrés, entre risas, narra que en una regata un tripulante a bordo se enfermó. La fuerza del viento hizo que choque contra su rostro una ráfaga de líquido. Por la oscuridad de la noche pensó que se trataba de agua salada y la saboreó. Pero ruborizado confiesa que no era agua, sino lo que alguien expulsa cuando tiene náuseas.
Otro recuerdo lo cuenta su padre, quien se remonta a un amanecer de 1991, en el golfo de Guayaquil, donde rememora con orgullo haber sido recibido en altamar por el coronel del Cuerpo de Bomberos, don Mario Vernaza Requena.
Corazón de velerista
La oficina con fotografías de olas casi en movimiento me hace preguntarles: ¿qué se necesita para
La vela oceánica provee la unión familiar, como también el trabajo empresarial”. Andrés Rizzo|| velerista
ser un gran velerista? Entre algunos requisitos, Francisco padre destaca uno en esencial: amar y respetar al mar. Mandamiento que su hijo mayor conoce bien, pues él añade que quien se expone a las fuerzas del océano “nunca lo domina, solo confía en habilidades humanas y las bondades de la embarcación”. Y termina la idea citando un antiguo refrán de marinero: “Quien ande por la mar, aprende a rezar”. Sus éxitos en este deporte no han sido suerte, ni casualidad. La planificación, la organización y el trabajo en equipo los acompañan en cada aventura náutica. Andrés señala que a bordo del barco existe un timonel, un táctico, un ajustador de velas y un navegante, los cuales deben lograr funcionar en armonía para evitar el caos. “Con mi padre o mi hermano podemos rotar puestos e inclusive discutir estrategias, pero normalmente se logra un consenso”, dice. Así, padre e hijos han navegado desde el timón de un velero hasta el mando de una oficina, pues también dedican su tiempo a negocios propios. Sin embargo, los Rizzo nunca dejan de pensar en su próxima travesía. Actualmente ya se encuentran armando la tripulación que zarpará con ellos en octubre hacia la regata de Galápagos. Lo cierto es que sin importar hacia dónde los lleve el viento, juntos de seguro encontrarán el mejor rumbo.