⁽in⁾capacidad de reacción
Callar mata. Leyes que sancionen nunca serán tan importantes como medidas que ayuden a prevenir el delito. Tener capacidad de reacción y de acción al conocer la violencia que vive una mujer en su hogar, es lo que aún nos falta como sociedad.
Hacer de la denuncia, prevención y auxilio algo tangible depende de las facilidades que brinde el Estado. Admitamos que no tenemos herramientas para ayudar a las víctimas. Es hora de trazar una hoja de ruta que integre a todos los organismos de protección para que resuene como eco en nuestras cabezas que al Ecuador le importan sus mujeres.
Las víctimas de violencia no necesitan escuchar que deben callar o que son culpables. Sucede. Es lo más común e incorrecto. Esa actitud alimenta el núcleo de este mal: la normalización. Empujamos a la mujer hacia el abismo de la resignación.
La mujer agredida que acude al médico y por temor o vergüenza encubre lo sucedido diciendo que se tropezó, necesita ser evaluada por profesionales sensibilizados, capaces de identificar lo que sucede y denunciar. Entendamos: cuando denunciamos la violencia ejercida contra una mujer, no nos estamos metiendo en su vida privada, estamos ayudando a que esa mujer no sea privada de vivir.
Finalmente, la mujer acude a un sistema de justicia que se convierte en un juicio de valor contra ella. “¿Qué hizo para que le pegara?”, o “¿Le fue infiel a su pareja?”, son preguntas que restan culpabilidad al agresor y desacreditan a la víctima.
Un cambio en la vida de las mujeres depende de un Estado consecuente con sus necesidades: línea de emergencia exclusiva para atenderlas, casas de acogida para que ellas y sus hijos no se vean obligados a permanecer en la espiral de violencia por no tener un lugar donde refugiarse, formación que brinde herramientas para lograr independencia financiera y así evitar que sea esta la excusa para vivir atada al agresor.
No somos un país para mujeres, pero no podemos condenarnos a nunca serlo. Modificar nuestra capacidad de reacción debe ser el primer paso.