Correos robados
Dice el refrán que “ladrón que roba a ladrón tiene 100 años de perdón”. Así, quiero proponer que perdonemos al ladrón de los correos electrónicos que entregó la prueba de cómo se metió la mano en la justicia en esa década pasada que no termina de pasar, por todo lo que pretendió esconder.
En mi opinión es una prueba lo que hemos tenido los ecuatorianos, pues Gustavo Jalkh, máxima autoridad de la justicia (después de Rafael Correa, por supuesto, hasta el pasado 24 de mayo), lejos de invalidar tales emails, cuestionando su filtración y diciendo que pueden estar editados o incompletos, ha dicho sin decir que son ciertos, o sea les ha dado validez, aun queriendo minimizarlos porque desde su punto de vista es normal que el titular del Poder Judicial tenga una relación cordial y amistosa con el jefe de Estado y jefe de todos los poderes del Estado, tal como el mismo Rafael Correa se calificó un día. Discrepo con el doctor Jalkh. Ese intercambio de correspondencia denota mucho más que la relación cordial que debiera existir entre autoridades.
Leyendo con detenimiento los correos filtrados y dados a conocer en un programa de Internet conducido por la periodista venezolana Patricia Poleo, hay una evidente subordinación al entonces presidente Correa. El tono con el que se dirigen a él los participantes en los mismos, suena a obediencia, a intento incluso de complacencia.
Es verdad que la filtración es un delito y tendrían razón en reclamar por ello y demandar una investigación y sanciones; pero con qué derecho se puede reclamar todo esto, cuando en tantos otros casos el silencio reinó. A Martha Roldós no solo le filtraron los correos, sino que fueron publicados en el diario El Telégrafo. Creo no equivocarme al decir que ninguna autoridad hizo nada, incluyendo al titular del Consejo Nacional de la Judicatura. Cuando una entrevista mía al entonces prófugo Carlos Pareja Yannuzzelli fue filtrada y luego usada al antojo en cadena nacional de televisión, tampoco hubo autoridad alguna que cuestione esa práctica. Robar una entrevista parecía normal en la década pasada. Las cosas así ocurrían y el Poder Judicial callaba. Entonces su reclamación de ahora casi y pierde sentido.
Un detalle importante en esa filtración de correos, convertida hoy en la comidilla del momento, es que se usaban direcciones electrónicas personales. No sé si por comodidad o por el afán de mantener comprometedores diálogos sin la institucionalidad de los altos cargos que ostentaban los participantes; pero en cualquier caso es cuestionable y nos lleva a recordar el escándalo que envolvió a la presidenciable Hillary Clinton, afectada en su campaña por el uso de cuentas privadas mientras se desempeñaba como secretaria de Estado.
Razones de seguridad son las que principalmente se esgrimían en su caso.
El que nos compete a los ecuatorianos tiene además una vertiente adicional y es la postura de protección y defensa del más grande filtrador de información, Julian Assange, titular de WikiLeaks, asilado desde junio de 2012 en la Embajada del Ecuador en Londres.
Héroe o villano, indiscutiblemente un hacker, experto informático, filtrador de documentos de seguridad internacional. Desde el Poder Judicial ecuatoriano nunca, que yo recuerde, se ha cuestionado su actividad, pese a que dentro del país el mismo Poder Judicial mantenía (aún mantiene) juicios a Fernando Villavicencio y Cléver Jiménez, por el supuesto delito de haber filtrado información reservada.
Por todo esto y más, la queja por los correos revelados hace poco, casi pasa desapercibida entre los ecuatorianos en general. En mi opinión, la mayoría de ciudadanos no se detiene a rechazar los correos por haberse obtenido ilegalmente. La sensación que hay es de asombro, rechazo, censura… ¡Era así como se manejaban los hilos de la justicia! Unos cuantos no se sorprenden, lo que sorprende es que haya la prueba. ¿Perdonamos entonces a quien la consiguió?