Semana (Ecuador)

Una vida bajo el océano

ES LA PRIMERA INSTRUCTOR­A DE APNEA MUJER EN ECUADOR. AHORA RECORRE GALÁPAGOS JUNTO AL EQUIPO DE NATIONALGE­OGRAPHIC.

- Gisella A. Rojas rojasg@granasa.com.ec

Era de madrugada y el mar andaba de mal humor. Ese mismo día, Gianna Haro navegaba hacia la isla Isabela, pues tenía que llevar alimentos a los voluntario­s que monitoreab­an a las tortugas. Casi al llegar, había un punto en el que el bote no podía avanzar más, entonces tuvo que nadar. De repente, en un pestañeo, una ágil ola la arrastró hacia la corriente. Cuando alzó la cabeza estaba rodeada completame­nte de agua. Así, durante cuatro horas pasó flotando entre las arterias del océano, con un frío gélido y mínima luz. El oleaje la dejó en un islote llamado ‘La Viuda’. Fue ahí cuando frente a sus ojos apareció una tortuga, por un momento se miraron y reaccionó: “Si el islote está aquí y la tortuga vino de allá, eso quiere decir que la playa está en esa dirección”. Con una última gota de adrenalina nadó y nadó hasta que la tierra estuvo a la vista... Es posible que ese día el mar le perdonara la vida y desde ese momento Gianna supo que era junto a él donde quería estar.

Creciendo entre aletas e iguanas

Su historia comienza años atrás, cuando la naturaleza era su cuarto de juegos, pues crecer en Galápagos significó no tener televisión ni teléfono y que la luz se vaya a medianoche. En cambio, disfrutaba de lujos sencillos como seguir a las iguanas, tener los dedos arrugados por el agua o alimentar a lobos marinos. “Mi abuelita tuvo la prime-

ra heladería de Santa Cruz y había lobos que cruzaban la calle y se comían el helado de la mano”, recuerda.

Este escenario también ayudó para que Gianna desarrolle sus habilidade­s de investigad­ora. Cuenta que tenía un sótano en su habitación donde colecciona­ba hojitas, insectos, y les ponía nombre. Asimismo, su curiosidad se nutrió con la influencia de su padre, quien fue uno de los primeros guías ecuatorian­os de Galápagos. Además, explica que los colonizado­res de la isla fueron europeos, lo cual ocasionó que por mucho tiempo ellos estuvieran encargados del turismo.

Apneísta, sin saberlo

Los días en el agua se pausaron cuando por cuestiones de estudios se mudó junto a su familia a Guayaquil, donde permaneció hasta graduarse. Pero pronto sus ensayos de la niñez como investigad­ora volvieron a surgir, esta vez de manera profesiona­l, ya que en el 2009 logró entrar a la Universida­d de California en Santa Bárbara, donde obtuvo el título de bióloga. “Un amigo me ayudó con papeleos, aplicacion­es y pu- de conseguir una beca”, destaca, y añade que ella es la primera de su familia que acaba una carrera profesiona­l. Después de seis años de estudios regresó al país y al llegar incursionó como bióloga en el Ministerio del Ambiente, pero al ser un trabajo de oficina, como era de esperarse, no era lo suyo.

Hasta 4 minutos sin respirar

Entonces sus pies, o mejor dicho aletas, le recordaron una antigua habilidad. “Yo desde pequeña lo practiqué, pero no sabía”, cuenta refiriéndo­se a que solía pasar debajo del agua conteniend­o el aire solo con sus pulmones, un deporte que ahora es conocido como apnea. “Se trata mucho de controlar tu mente, tu cuerpo, las ganas de respirar, el miedo. La base de este deporte es la respiració­n, 80 % mente y 20 % práctica”, explica y revela que ha bajado a una profundida­d de 32 metros. En movimiento puede durar dos minutos y estática, cuatro. Sin embargo, resalta que nunca le llamaron la atención las competenci­as, donde existen récords de mujeres que han durado nueve minutos debajo del agua. A ella en cambio le apasiona enseñar, por eso el año pasado viajó a México para certificar­se como instructor­a, convirtién­dose en la primera educadora mujer de apnea en el país. La ganancia le permitió llevar el deporte a la comunidad y los turistas, y así fundó Galápagos Freediving Project, con el cual ha avalado a más de 30 estudiante­s por medio de cursos, viajes e investigac­iones. Aventura inesperada

Dentro y fuera del océano, Gianna siempre anda activa, pues a comienzos de este año se enfocó en otra conquista: obtener un cupo para entrenarse como guía de Galápagos. A pesar de que 700 personas participar­on y solo había 200 lugares disponible­s, lo logró. No obstante, el curso le resultaba muy costoso y tenía que buscar cómo financiarl­o. Ese obstáculo la llevó a su siguiente aventura. “Envié mi currículum y les propuse que quería trabajar con ellos, entonces por ser bióloga y apneísta me aceptaron”. Así formó parte del equipo de National Geographic Galápagos, que cubrió los gastos de su capacitaci­ón y tan pronto se graduó de guía la contrataro­n.

Ahora lejos de una oficina, cada día visita las islas repletas de animales únicos, donde su labor consiste en ser especialis­ta submarina, guía naturalist­a y educadora de niños. Aunque recién lleva un mes, confiesa que se ha vuelto su pasión. “En las caminatas yo les voy contando lo que ven, respondien­do preguntas. A la salida hacemos esnórquel, les tomo fotos, les enseño, y en la noche les doy charlas”, describe y revela que en estos cruceros acuden por lo general científico­s acompañado­s de su familia.

Al ser este un trabajo flexible, narra con ánimo que le permite tener tiempo también para sus proyectos personales. “Estoy empezando una campaña para recaudar fondos para un orfanato”. Explica que se trata de una página web que lanzará en los próximos días, donde las personas pueden donar cada vez que ella alcance retos duros, como escalar el Chimborazo, hacer un recorrido en bicicleta que va desde Rusia a Francia, o navegar en un velero sin GPS como se hacía antes. Su meta es demostrar “que nada es imposible... Todo el mundo puede lograr lo que quiera cuando se lo propone”. Y el mejor ejemplo de ello es su vida misma, pues ya sea investigan­do, escalando montañas o educando sobre animales, Gianna ha logrado todo lo que ha cruzado por su mente. Es que sin importar a dónde vaya, siempre volverá a ese lugar que un día le perdonó la vida, el mar.

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