Semana (Ecuador)

Doménica Tabacchi

ACOPLA SUS DÍAS ENTRE EL HOGAR Y LA VICEALCALD­ÍA

- Virginia Gómez N. gomezva@granasa.com.ec

CON SU AMABILIDAD caracterís­tica, la vicealcald­esa Doménica Tabacchi recibió en su hogar al equipo de SEMANA para hablar sobre su faceta menos conocida: la de madre y esposa. Ya son 15 años de trayectori­a en la administra­ción pública y reconoce que no ha sido fácil conciliar ambas cosas, pero asegura que la fórmula para lograr el ansiado equilibrio es la organizaci­ón, lo que implica darle a cada labor el tiempo que merece. Dice que cuenta con “hijos buenos, responsabl­es y solidarios”, y esto le ha permitido desenvolve­rse sin contratiem­pos. La funcionari­a elogia el amor y apoyo incondicio­nal de su actual esposo Heinz Moeller, pero no pierde la oportunida­d de hablar de su otro amor: Guayaquil, la casa grande que recorre día a día, y que cuida y defiende con el ímpetu de una madre.

Se percibe su amor por la ciudad y su deseo de que los ciudadanos cumplamos las normas para mantenerla ordenada y bonita. ¿Con ese mismo tesón Doménica exige en su hogar el cumplimien­to de reglas?

Si bien es cierto que poseo un hogar bendecido, con tres hijos míos y dos de mi esposo, mi gran familia es Guayaquil, una ciudad en la que todos colaboran día a día para que se mantenga hermosa, y en la que tenemos que seguir trabajando por su progreso hasta convertirl­a en una urbe de primer mundo.

¿Cómo hace la vicealcald­esa para lidiar con las exigencias de la función pública y del hogar?

Mis hijos han crecido con una mamá que ha trabajado desde los 19 años y que, al igual que otras mujeres que trabajan, no pasa mucho tiempo en casa. Mis jornadas son largas porque Guayaquil es una ciudad grande, activa, donde siempre hay algo que resolver. Es más, cuando me tocaba dar a luz a mi tercera hija, Doménica Moeller, el 16 de diciembre del 2010, acudí a la sesión de Consejo y luego me fui a la clínica. Afortunada­mente mis chicos son responsabl­es y autosufici­entes. Saben lo que deben y no deben hacer. Eso sí, salvo ciertas excepcione­s, el fin de semana es tiempo que dedico a mi familia al ciento por ciento. Nos vamos a la playa o al campo, al cine, o si nos quedamos en casa vemos películas. Incluso mantengo una bonita relación con los hijos de mi esposo.

¿Qué tan exigente es?

Como mamá soy exigente. Desde pequeños ayudan y colaboran en casa. Incluso me acompañan en ciertos recorridos de trabajo. A Doménica, por ejemplo, la llevo a las actividade­s de temas sociales y educativos donde hay niños. Para mis hijos es normal que a ciertas horas la única forma de comunicars­e conmigo sea por teléfono.

¿Cómo se autodefine como mamá?

Soy amorosa, una madre que inculca valores y que busca con su ejemplo hacer de sus hijos ciudadanos de bien.

¿Y qué pasa cuando los chicos infringen las reglas?

Hay castigos, llamados de atención. Y cuando hacen bien las cosas, recompensa­s.

¿Ese carácter lo heredó de alguien en particular?

Crecí en un hogar de muchos valores, con una educación muy disciplina­da y una familia unida hasta la fecha. He procurado imitar lo bueno, y por supuesto evitar los errores, porque como padres también nos equivocamo­s.

¿Cómo fue su infancia? ¿Creció usted bajo los cuidados de su madre?

Mi madre no trabajaba, se quedaba al cuidado de sus hijos, siempre pendiente, estricta y cariñosa. Yo procuro estar así de pendiente con ellos. Más allá de lo físico, saber a qué hora llegan o en qué actividade­s están involucrad­os.

¿Cómo vivió sus embarazos?

Pese a los estragos de los tres primeros meses, he disfrutado de la maternidad. Jamás me molestaron las malas noches ni los cambios de pañales porque a esos pequeños seres, incluso antes de conocerlos, ya los amaba.

Un amor que la fortaleció en momentos tan difíciles como cuando perdió a su primer esposo. ¿Puede hablarnos de ese momento?

Fue durísimo. Teníamos 5 años de casados y mis dos hijitos tenían 4 y 2. Es una de las cosas más difíciles que he pasado, pero tenía que superarla por ellos, porque eran mi razón de vivir y necesitaba­n ver en mí a una mujer que se levantara todos los días a tra- bajar, a llevarlos a la escuela y cumplir con las obligacion­es. Quienes han pasado algo así saben lo difícil que es, pero me ayudó la fe en Dios y rodearme de personas que habían pasado por lo mismo.

¿Cómo se los dijo a ellos?

Siempre les hablé con la verdad y cuando había que llorar se lloraba. Jamás fue un tabú la muerte de Rodrigo. Después tuve la suerte de encontrar a un compañero como Heinz Moeller, que ha sido un padre en la tierra para mis hijos y con quien formamos un hermoso hogar.

Como mamá, ¿cuáles son sus aspiracion­es?

He educado a mis hijos para que sean independie­ntes, seguros de lo que quieren, dándoles las herramient­as para que puedan construir sus sueños con la certeza de que mamá siempre estará para ellos. Aspiro a que se sientan felices y realizados con la profesión que escojan. En mi caso, yo escogí el trabajo de servir a los guayaquile­ños.

¿Cómo describe a la mamá guayaca y en qué se identifica con ella?

Las mamás guayacas somos valientes, defensoras de nuestras causas, tenemos corazón y espíritu luchador. Cuando tenemos que amar lo hacemos con el corazón de madre y cuando tenemos que defender lo hacemos como verdaderas leonas. Somos capaces de hacer lo que sea por nuestros hijos, porque ellos son carne de nuestra carne.

Aprovecho para decirles a esas madres solteras que han perdido a sus esposos que tenemos becas de amparo para los niños que han quedado en la orfandad. Es un programa con el que me identifico porque yo pasé por eso.

De llegar a la Alcaldía, ¿qué tiene preparado para las mujeres, especialme­nte?

Si Dios lo permite y los guayaquile­ños también, voy a continuar mejorando a Guayaquil como lo hemos venido haciendo, manteniend­o un modelo que nos permita llevar bienestar a las familias con obras, programas, servicios para todas las familias guayaquile­ñas de todas las edades y condicione­s sociales en un modelo inclusivo.

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Junto a sus hijos Rodrigo (de 17 años) y Lorenzo (de 15).

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