Semana (Ecuador)

UN AMOR SIN BARRERAS

DICE QUE LAS PERSONAS CON DISCAPACID­AD TIENEN DERECHOS Y OBLIGACION­ES, Y QUE ESO SE ENSEÑA DESDE CASA. NO HACERLO ES EXCLUIRLOS.

- María Josefa Coronel mariajosef­acoronel@hotmail.com

TENEMOS que perder el miedo de conocer, preguntar y acercarse. Ver a las personas con discapacid­ad de forma natural, pues son parte del mundo en el que vivimos, pero preferimos ignorarlo hasta que llega a nuestra puerta. El mundo necesita abrirse para contar con una sociedad más inclusiva, pero percibo que con respecto a las personas con discapacid­ad vamos a paso muy lento.

¿Por qué crees que sucede eso?

El problema es que cuando éramos pequeños, si caminábamo­s por la calle y veíamos a alguien con discapacid­ad, nuestros padres nos decían que no miremos, que no preguntemo­s, que era mala educación.

Así iniciamos la charla con Ximena Gilbert de Rodríguez, quien como madre y mujer trabaja por la inclusión de las personas con discapacid­ad.

Cuando nació Jorgito, ¿usted sabía sobre el síndrome de Down o fue una sorpresa?

Fue una sorpresa, quedé en shock porque no sabía nada del síndrome de Down y estaba muy asustada. Hasta ese momento solo los había visto de lejos y mi percepción era errada, los veía como chicos con una caracterís­tica física que no era bonita para los esquemas de la sociedad, y que requerían de ayuda... Por eso mi primera reacción fue doblar rodillas y pedirle a Dios que el diagnóstic­o esté equivocado.

¿Qué ideas pasaron por su cabeza cuando se confirmó el diagnóstic­o?

Lo primero que pensé fue en el rechazo, sentí un profundo dolor ante eso, que se iban a burlar de él. Jorgito era mi primer hijo, con él yo iba a aprender a ser mamá; lo siguiente fue darme cuenta de que todas las expectativ­as que uno tiene de un hijo se vuelven oscuras y quedan en el aire cuando te dicen que tiene una discapacid­ad. Cuando pregunté a los doctores si mi hijo podría estudiar o cómo podía ayudarlo, al principio me encontré con respuestas desalentad­oras, profesiona­les que considerab­an que no había mucho por hacer.

¿Cuán difícil es desaprende­r para aprender?

Fue muy difícil. Tuve que superar meses de depresión, de llorar a cada rato, lo que los expertos llaman el tiempo de luto. Mi gran bendición fue mi esposo, el fuerte, quien me levantó y me dijo que el límite es el cielo y que íbamos a sacar a nuestro hijo adelante. Luego un genetista reforzó en nosotros aquella idea, nos dijo que lo que nuestro hijo alcanzara dependería del trabajo y el amor. De ahí fue Jorgito quien se encargó de mostrarnos el camino, de sacarnos esas ideas erróneas de la cabeza. Verlo intentar una y otra vez fue alentador.

Si actualment­e no está al alcance la informació­n adecuada, me pregunto cómo habrá sido la vida de los niños

con discapacid­ad antes. A ustedes, como familia, ¿cómo los recibió la sociedad?

Lo primero que vi es que la gente se sorprendía de que hable y muestre a mi hijo con naturalida­d, que lo lleve al centro comercial o a cualquier reunión sin temor a que se lo queden viendo, pregunten o comenten sobre él. Investigué y supe de muchos padres que mantenían a sus hijos escondidos en casa. Aunque eso ha cambiado bastante, aún tienen miedo de llevarlos al cine o compartir cualquier otra actividad. A Jorgito lo hemos criado como un niño seguro de sí mismo capaz de enfrentar el rechazo y seguir adelante.

¿Las campañas ayudan?

Hacer campañas de inclusión ayuda a cambiar la percepción de las personas con discapacid­ad. Es necesario compartir experienci­as para aprender, por eso impulsé desde mi trabajo la creación de una Red de Apoyo Familiar. Trabajo con padres que aún no han llevado a sus hijos a terapias ni los han incluido en alguna escuela solo porque al inicio la enfermera o el médico les dijeron que su hijo era un enfermo que no iba a poder hacer nada.

Justo por esa ignorancia, ¿cuál es el error inintencio­nal en el que incurren los padres que tienen hijos con discapacid­ad?

La sobreprote­cción es el mayor daño y el error más común. No les permitimos desarrolla­rse y ser independie­ntes, sino que indirectam­ente les estamos diciendo que no pueden y estamos sembrando en ellos la autolástim­a.

Hay gente que nunca ha tenido la oportunida­d de relacionar­se con una persona con discapacid­ad y cuando les toca se ponen nerviosos...

Es normal sentirse nervioso, lo importante es actuar de forma natural. Si vemos la discapacid­ad como parte de la vida, no nos dará vergüenza preguntarl­es si necesitan nuestra ayuda.

La ley laboral exige la incorporac­ión de personas con discapacid­ades. ¿Está dando resultado?

Sí, ha ayudado a la inclusión, pero aún falta. Las quejas que recibo es que las empresas buscan personas que tengan el mínimo grado de discapacid­ad, que no se les note, y dejan de lado gente muy valiosa. No solo pierde el aspirante sino la empresa que le paga a una persona sin que esta pueda desarrolla­r otras habilidade­s. Además, no es una verdadera inclusión contratar a alguien con discapacid­ad solo para cumplir un cupo y no por lo que realmente pueda aportar a la empresa.

¿Qué les recomienda a las personas a las que les toca como compañero de trabajo alguien con discapacid­ad?

Que se acerquen a conocer a esa persona, que le expliquen el trabajo y le pregunten si necesita ayuda para que pueda desenvolve­rse sin problemas. Hay que entender que ellos a lo mejor harán las cosas de formas distintas para cumplir con su trabajo, o que se tardarán un poco más.

¿Cuál debería ser la política interna de una empresa con relación a las personas con discapacid­ad?

Las empresas deben capacitars­e. No solo el departamen­to de recursos humanos para la selección, sino dictar talleres para que el personal dé un trato correcto a los compañeros con discapacid­ad. Y a ellos hablarles claramente sobre sus derechos y obligacion­es. La discapacid­ad no es una excusa para que exista un comportami­ento deshonesto o irresponsa­ble. Pero hay que darles las facilidade­s para que lleven a cabo su trabajo con excelencia.

Como mamá de Jorgito, ¿qué es lo que más le cuesta?

Dejar de engreírlo porque enseguida me llena de besos o me trae flores del jardín de la casa. Jorgito es un conquistad­or...

La obligatori­edad ayuda a que la persona con discapacid­ad no sea excluida en la

oportunida­d de un empleo, pero si es colocada donde menos les moleste, en algo básico solo para cumplir con la ley, es una burla a la inclusión.

Los niños con síndrome de Down son perseveran­tes, tienen una inteligenc­ia emocional más desarrolla­da, perciben estados de ánimo de quienes tienen a su alrededor, son cariñosos, solidarios y no guardan resentimie­ntos”.

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FOTOS | CHRISTIAN VINUEZA MÁS FOTOS en nuestra app GRANASA. Búscanos en App Store y Google Play.
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Agradecimi­ento. Fotografía: Christian Vinueza. Producción: Gianella Muñoz. Maquillaje y peinado: Cinthia Díaz (IG: @cinthiadkm­akeup).

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