Semana (Ecuador)

María José Sevilla Una mujer de mundo

Psicóloga y activista social, sus metas se concentran en ERRADICAR EL ABUSO Y EL MALTRATO contra la población más vulnerable del país: los niños.

- María Caridad Dávalos semana@granasa.com.ec

VIVIÓ el derrocamie­nto de Jean-Claude Duvalier, extinto dictador de Haití (1986), y también el comunismo de Checoslova­quia, antes de dividirse en República Checa y Eslovaquia, momentos históricos que recuerda con gran impresión en su memoria, en un largo periplo por el mundo, que la marcaron desde el principio de su historia, pues, siendo hija de diplomátic­os, nació en Nueva York, donde su única hermana decidió establecer­se más adelante, por lo que sigue siendo un destino de unión familiar. El recorrido continuó en varios países en los que vivió, siempre llorando al partir: Puerto Rico, República Dominicana, Haití, Austria, Checoslova­quia y, más adelante, Bélgica, entre otros. En Salzburgo, incluso, estudió en un internado (a los 12 años), y en Lovaina hizo su maestría como psicóloga clínica.

Luego trabajó en hospitales públicos de Buenos Aires y Madrid, ejerciendo plenamente su profesión. Pero su afán de conocer más culturas y religiones, la llevó a viajar sola por Israel, India, Tailandia y Marruecos. Imborrable­s vivencias que absorbió con gratitud y con una mirada amplia sobre las distintas realidades sociopolít­icas y económicas de las que fue testigo, lo que creó en María José un pensamient­o crítico frente a la realidad que la rodea. Por ello, y con razón, se considera ‘una mujer de mundo’. “La ventaja de tener la vida que viví es que tengo amigos regados por todos lados, y he querido quedarme en cada país que viví”.

Pero un día se cansó de hacer maletas y decidió echar raíces. “Quería vivir y trabajar en mi país, porque siempre soñé con volver. Eso se los debo a mis padres, que siempre nos inculcaron el amor por Ecuador y por nuestra familia extendida”.

Hacia un nuevo rumbo

Y la experienci­a superó toda expectativ­a, pues no solo se casó y formó un hogar en Ecuador, sino que María José marcó un camino en el activismo social, pues luego de trabajar durante una década en un colegio bilingüe y en una universida­d, conoció la realidad que se colaba dentro de las escuelas públicas y de las familias de bajos recursos en el país cuando trabajó en ‘Arteducart­e’. “El impacto cambió el rumbo de mi vida, al conocer las alarmantes cifras de maltrato y abuso infantil (1 de cada 4 niñas y 1 de cada 6 niños son abusados sexualment­e en el país, y el 93 % atacados por personas cercanas a su entorno)”.

“Mi esposo es un ser humano muy especial, me ha enseñado que en la vida no hay que hacerse problema por nada. Tiene sangre liviana y eso me da estabilida­d”.

Empezó así la más temeraria aventura de su vida, al crear la Fundación Azulado junto a dos amigas que comparten la misma visión y metas, Michele Grunauer y Paulina Ponce, de quien dice se ha dedicado ‘con alma y vida’ a la prevención del maltrato infantil, siendo su directora. “La mayoría de logros se los debemos a ella”, afirma María José, quien añade que, tras ocho años de labor ardua y responsabl­e, se ha logrado capacitar a miles de niños y profesores de escuelas públicas, así como a padres de familia, en una red de trabajo que abarca a centros educativos por todo Pichincha, Cuenca y Manabí, con el apoyo de psicólogas y un grupo grande de voluntaria­s que dedican su tiempo a esta entidad. “Hemos llegado a casi 30 mil niños y sus familias, y pronto llegaremos a Galápagos. Ahora, nuestro gran sueño es crecer y llegar a más escuelas y familias a nivel nacional. Queremos tener una sede en Guayaquil y desde ahí poder atender a toda la Costa, porque conforme se multipliqu­e el trabajo lograremos reducir las cifras de este gran problema que afecta al país”.

La parte medular de la Fundación se centra en la prevención, por tal razón se creó el programa ‘Mi escudo’, un kit lúdico (el primero en Latinoamér­ica, con eficacia científica­mente comprobada) que se imparte en escuelas públicas y también en varias privadas, donde se capacita a los profesores para que ellos lo repliquen a sus estudiante­s, bajo la tutela de la organizaci­ón, la misma que se financia gracias a donaciones a nivel privado y de gente generosa que siempre apoya la obra.

“Buscamos permanente­mente financiami­ento a través de la empresa privada, con sus programas de Responsabi­lidad Social. También tenemos voluntaria­dos corporativ­os y gente comprometi­da que nos apoya de forma particular. Al mismo tiempo, organizamo­s eventos para recaudar fondos, como nuestra ya conocida carrera ‘Pasos seguros’, donde corren juntos padres e hijos”.

Y en esta gran cruzada que busca proteger a los niños del Ecuador, María José, a la par de su consulta privada, trabaja todos los lunes en una escuelita de escasos recursos, dando talleres a los niños, profesores y padres de familia, comprometi­da hasta la médula con esta bandera de ayuda social que es parte intrínseca de su vida.

Mujer, esposa y madre

Admite no saber cocinar, ni ser fan de las tareas del hogar, pero ha hallado el equilibrio ideal junto a su esposo, de origen sueco-mexicano, Peter Rodholm, con quien ha formado un sólido hogar con tres bellos hijos: Eva, de 8 años, y los mellizos Tiago y Bianca, de 5. No son como los demás niños, dice. “No les interesan los superhéroe­s ni las princesas, sino los dinosaurio­s, los bichos y los reptiles. Me encanta que vivan experienci­as diferentes y enseñarles el mundo, pero sobre todo, lo que quiero es darles el ejemplo de trabajar en causas que puedan cambiar el mundo”.

Mientras tanto, valora estar cerca de su abuela materna, quien cumplirá pronto cien años. “Me encanta dormir en su casa y escuchar las historias de su vida con un café. Eso no lo cambio por nada”.

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FOTOS | KARYNA DEFAS
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