Semana (Ecuador)

Con este arte marcial he avanzado a otro nivel.

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a última vez que fui a un matrimonio eclesiásti­co en una iglesia de Samborondó­n tuve ganas de salir corriendo cuando el sacerdote insistió en dos mensajes para los contrayent­es: 1. La mujer le debe obediencia al hombre. 2. En el hogar hay solo una cabeza: la del hombre. Por fortuna era una pareja que llegaba al altar por amor, y es ese amor con sus derivados (respeto, paciencia, tolerancia y buena comunicaci­ón) el que, a mi juicio, permite una buena vida matrimonia­l.

He recordado aquel sermón de esa boda cuando llegó a mis manos el proyecto de ley orgánica de fortalecim­iento de las familias del Ecuador, presentado por siete asambleíst­as y activistas provida el pasado 23 de enero, en el que se confiere a las autoridade­s eclesiásti­cas un poder que no cabe en un Estado laico como es Ecuador.

Se priorizan los matrimonio­s tradiciona­les, es decir los celebrados entre un hombre y una mujer, sin mencionar el matrimonio igualitari­o, aprobado tiempo atrás por la Corte Constituci­onal. Propone que los matrimonio­s religiosos tengan validez civil, para evitar, dice, una duplicidad de trámites... Si bien da valía a las bodas celebradas bajo los rituales indígenas tradiciona­les, no deja claro si son todos los rituales, o si se contemplan excepcione­s. Olvida que la Constituci­ón reconoce a la familia ecuatorian­a en su diversidad...

Los autores del proyecto han cuidado las palabras, buscando minimizar su impacto y presentars­e solo como una manera de fortalecer a la familia. Piden, por ejemplo, ampliar a tres semanas la licencia de paternidad (actualment­e de 15 días); otorgar descuentos en las escuelas, mínimo de 15 %, a partir del tercer hijo; salir dos horas antes del trabajo cuando los progenitor­es trabajador­es tengan cumpleaños de los hijos o aniversari­os de boda...

Vistas las propuestas de forma suelta, suenan bien, pero el fondo del proyecto de ley completo se intuye mal. Se entiende como una pretensión de imponer conviccion­es morales de la religión, mediante un filtro institucio­nal que califique lo que puede verse y escucharse en el país.

El encargado de calificar los contenidos de la programaci­ón será una asociación de padres y madres de familia, en la que podrá participar con voz y voto cualquier ecuatorian­o acreditado ante el Consejo de Regulación y Desarrollo de la Informació­n y Comunicaci­ón. Esta asociación de familias tendrá como función “... valorar contenidos en televisión, radio y juegos”, más otras plataforma­s que distribuya­n material audiovisua­l, como Internet.

Un retroceso, sin duda, en materia de derechos, bajo la inspiració­n de conviccion­es religiosas que parecen volver a la moda, sobre todo en grupos minoritari­os de poder.

Pregunto opiniones en mi mesa, compartida por católicos tradiciona­les, cristianos evangélico­s, luteranos, deístas... Por fortuna hay consenso en que la religión no puede y no debe mezclarse con la política. Y tampoco la política con el amor... Ay, Dios. Dejémoslo ahí. Que nos regalen una rosa por San Valentín.

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