Estudios coinciden en el hecho de que
PONER LA ESPERANZA EN UN PODER SUPREMO INFLUYE a nivel psicológico, sobre todo ante una situación de crisis.
Los jueves a las seis de la tarde, cientos de personas en una iglesia del centro de Guayaquil se arrodillan ante el Santísimo. En un día cualquiera, entre caminos donde no ha llegado la regeneración, dos hombres rubios de camisa blanca y corbata tocan los timbres de las casas para contar que Jesús vivió en América. En otro sector, dentro de un estudio de yoga, un grupo de jóvenes repiten un mantra budista.
Indiferente de la religión, la mayoría de las personas se aferra a un Dios o ser supremo. Lo hace como un acto de fe.
De acuerdo con la encuesta de opinión pública Latinobarómetro realizada en 2018, un 92 % de los encuestados ecuatorianos tiene algún tipo de afiliación o creencia religiosa; de los cuales, el 74,8 % se identifica como católico; el 15,2 %, como evangélico; y el 1,2 %, como testigo de Jehová. Pero también hay el 1,4 %, que se identifica como miembro de otros grupos religiosos, entre esos, adventistas del séptimo día, Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (Iglesia de Jesucristo), judíos y otros que prefieren usar herramientas como mantras, meditación guiada, y más prácticas ligadas a lo holístico.
En algunos casos, todas estas personas conviven en una misma cuadra, barrio. Intentan a través de sus creencias dar solución a una crisis generalizada que estén pasando, conectarse mejor consigo mismos o tener mejores días.
Estudios, psicólogos, instructores, creyentes coinciden en cómo la fe influye a nivel psíquico, físico y mental en los tiempos actuales.