Semana (Ecuador)

Alexander Hirtz El geólogo que se enamoró de las orquídeas

El experto ecuatorian­o alemán habla sobre su relación con la flora nacional, las normas que la rigen y las

- Mariella Toranzos Narváez semana@granasa.com.ec

Ingresar a la casa de Alexander Hirtz es como perderse en el bosque. Un sobrio portón da paso a un interminab­le jardín repleto de árboles, arbustos y flores de todo tamaño. No parecería posible mantener un espacio así en medio de la ajetreada ciudad, pero en casa del orquideólo­go ecuatorian­o alemán todo es posible.

“Heredé la casa de mis padres y aquí están todos sus recuerdos, sus coleccione­s y los frutos de muchos años de trabajo”, recuerda nostálgico.

Y es que para Hirtz, el amor por la botánica es sinónimo de la infancia.

“Mi abuela era doctora en Botánica y Zoología. Como mi mamá trabajaba, ella me crio. En ese entonces vivíamos en la 10 de Agosto y Pérez Guerrero, y desde ahí hasta las faldas del Pichincha había solo campo. Todos los días íbamos a caminar, y ella recogía muestras de plantas e insectos que luego mandaba a los museos. A veces, también venían grupos de estudiante­s y salíamos de excursión. Como yo era pequeñito, me mandaba a recolectar las especies más difíciles de alcanzar”, recuerda.

Sin embargo, con el paso de los años, se interesó en los minerales, y eventualme­nte partió a Estados Unidos a estudiar Geología y Paleontolo­gía. Al retornar al país, se dio de bru

72 ESPECIES QUE LLEVAN SU NOMBRE.

ces contra la realidad: no había minería a gran escala. Por ello, regresó a las plantas de la mano de su abuela, que por ese momento se dedicaba a la exportació­n de bromelias. Al menos hasta 1976, año en que se aprobó la Ley Forestal.

“La ley era y es muy estricta. No permite recolectar nada de manera silvestre, y prohíbe la multiplica­ción que no sea hecha en laboratori­o. Los trámites son muy complejos”, dice.

Después se dedicó profesiona­lmente a la publicidad, la fotografía, y tras el cambio de normativa, a la minería, pero nunca dejó de lado su pasión por la botánica. A lo largo de los años contribuyó con la fundación del Museo de Ciencias Naturales del Ecuador (hoy cerrado) y del Jardín Botánico de Quito, con quien mantiene una relación cercana y al que ha donado gran parte de su colección de orquídeas.

Con nombre propio

“Durante la pandemia, cuando la gente estaba encerrada en la casa, se vendieron muchas orquídeas, pero es una flor que ha pasado de moda. Los jóvenes prefieren las bromelias u otras plantas más fáciles de cuidar, pero la orquídea es especial. Es la familia más grande de la flora; está en todo el mundo. Representa el 10 % del total mundial”, asegura.

A lo largo de su vida, ha participad­o en más de 2.000 expedicion­es de

búsqueda en todo el país y ha sido codescubri­dor de 1.200 especies de orquídea, de las cuales 72 llevan su nombre.

De ellas tiene cuadros detallados y fotografía­s que ha realizado. En su terraza, convertida en vivero, guarda algunos ejemplares, entre ellos la `Dracula hirtzii', una impresiona­nte flor de hojas anchas en tono morado.

“Me llena de orgullo haber participad­o y que haya especies que lleven mi nombre, pero tampoco es algo que me obsesiona. No me empecino en que yo descubrí una especie u otra, o que estuve en el grupo. Además, los orquideólo­gos todos se pelean”, comenta risueño.

El vivero también guarda orquídeas que ha ido adquiriend­o en encuentros internacio­nales y congresos. Desde Asia hasta África, de raíces expuesta y miniaturas cuyas flores hay que ver bajo el lente de un microscopi­o, todas tienen un sitio en su casa.

Un plan a futuro

“Yo vivo de la geología, pero mis pasiones son las orquídeas y la arqueologí­a”, asegura Hirtz.

En casa también guarda otro gran amor: la colección de piezas precolombi­nas de su padre. Estas yacen, catalogada­s en todas las habitacion­es de la vivienda, separadas por épocas y etnias.

“Mi sueño es hacer un museo para exhibirlas en la Mitad del Mundo, justo donde realmente está la línea ecuatorial. Me he reunido con las autoridade­s a lo largo de los años, pero no se ha podido concretar el proyecto. Aun así, no pierdo las esperanzas”, señala.

El coleccioni­smo no es lo que pone en riesgo a la orquídea, el problema es la deforestac­ión”

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