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Heridas y temor en México por la frontera que Trump reforzaría

- AFP mundo@laprensagr­afica.com

El muro gigantesco con el que sueña Trump “es una ingenuidad, la problemáti­ca de fondo es cómo creamos prosperida­d en los países de origen”, dice Rodulfo Figueroa, activista de Estados Unidos.

Maurilio Salcido se levanta el sombrero para poder meter la cabeza entre los barrotes del muro que separa México de Estados Unidos. A través de una malla de pequeños hoyos, este viejo campesino entrevé por primera vez en 15 años a su hijo, que migró “al otro lado”. Aunque en este tramo del muro apenas se vislumbren siluetas, Maurilio se puso de gala y, a sus 80 años, no parece que hubiera recorrido 2,000 kilómetros en autobús junto a su hija, nuera y nieto hasta el colosal muro de la playa de Tijuana cumpliendo un ritual que cada fin de semana repiten decenas de familias.

“Es un gusto para uno y ellas están contentota­s. Ya lo vimos, ya ahorita nos vamos contentos”, dice este anciano flaco y de piel tostada de Durango (norte) que en los cincuenta fue uno de los miles de “braceros” que fueron a trabajar al campo estadounid­ense en una época donde no había muros.

Hoy las cosas son distintas: un tercio de los 3,145 kilómetros de frontera entre Estados Unidos y México está delimitado por dobles y triples bardas, paredes, enclenques vallas o alambrado de púas. Y, si Donald Trump llegara a la Casa Blanca, estas barreras podrían multiplica­rse. El magnate, que es ya e; candidato presidenci­al por el Partido Republican­o, ha convertido en una de sus banderas la construcci­ón de un muro impenetrab­le para los “violadores, delincuent­es y narcotrafi­cantes” que, según él, llegan desde México.

URGENCIA DE ARREGLAR LOS PAPELES

Igual que Maurilio, otra veintena de mexicanos se desplazaro­n hasta Tijuana para hablar con sus familiares a través del muro. Este es el único punto de la frontera donde, cada sábado y domingo en la mañana, la Patrulla Fronteriza abre una de las bardas y permite encuentros entremuros sin preguntar el estatus legal de los visitantes. Es un consuelo para las familias y una pequeña concesión que Olga Soto –una sinaloense que en 2012 tuvo que dejar a su hijo de 15 años en San Diego después de haber vivido años ahí– desea que no termine si Trump llega a presidente.

Si eso pasara, “la única esperanza es que mi hijo arregle y pueda salir bien, legal (de Estados Unidos) para estar donde él quiera”, dice Olga, de 36 años, mientras acerca el altavoz de su celular al muro para que su hijo David escuche a sus tres hermanas pequeñas, que también regresaron con ella a México.

Un poco más adelante de esos barrotes decorados con corazones, banderas estadounid­enses o pintadas pidiendo “empatía”, Carmen Rosete se deshace en lágrimas viendo entre los agujeros de la malla a su hija Liz y, por primera vez, a dos de sus nietos.

“Quisiera abrazarlos, estrecharl­os entre mis brazos pero no puedo”, solloza esta mexicana de 59 años que hace dos meses vendió todo lo que tenía en Orizaba (Veracruz, este) para mudarse a Tijuana y estar más cerca.

Carmen siente que la política migratoria estadounid­ense es demasiado dura, pero, desde el otro lado, su hija Liz es consciente de que si ganara Trump las cosas podrían ser aún peor. “Le doy gracias a Dios porque tenemos esto”.

EL MURO Y LOS EMIGRANTES

Al lado de este bautizado “Parque de la Amistad”, cien metros dentro del océano Pacífico, es donde ahora arranca el muro que Estados Unidos comenzó a construir en 1994 y que fue ampliando, especialme­nte, a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

En Tijuana, unos kilómetros más lejos de la playa, partes de la barda oxidada tienen pegadas decenas de cruces de madera con el nombre de los emigrantes que murieron tratando de lograr el “sueño americano”: al menos uno al día, según ONG.

Aunque conocía el riesgo, Lorena Tablas –una mexicana de 35 años– ha tratado de cruzar la frontera seis veces desde que regresó a México hace 10 años, cuatro de ellas saltando el muro. Una vez, tratando de “brincar la tela” en Nogales (Sonora), su coyote la hizo subir por una escalera, le amarró el cuerpo con un lazo de tela y le dijo que brincara hacia el otro lado dejándose caer. Todo en menos de cinco minutos.

La vigilancia de 21,000 agentes equipados con drones y sensores y los 1,000 kilómetros de frontera cercados no han detenido la migración a Estados Unidos, sino que han hecho que muchos emigrantes –sobre todo mexicanos y centroamer­icanos que escapan de la violencia y la pobreza– se vean obligados a tomar rutas mucho más peligrosas.

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Breve reunión. Algunas familias se reúnen en la frontera, unos del lado mexicano y otros del estadounid­ense cerca de Tijuana. Con el muro que propone el republican­o Donald Trump esto ya no sería realidad.
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