Hanada ha dejado “un litro de luz” en hogares de La Paz y Chalatenango
Quién pudiera pensar que un joven de 27 años, graduado en Derecho de una universidad de Japón, se alejara de su familia, amigos y trabajo para incorporarse a un programa de voluntarios que esa nación asiática ejecuta en varias comunidades de El Salvador. Se trata de Masahiro Hanada, quien desde hace más de año y medio llegó a tierras salvadoreñas como parte de un grupo de jóvenes voluntarios, que bajo la dirección de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA) contribuyen al avance socioeconómico de países en vías de desarrollo. Hanada, quien antes de graduarse trabajaba en Japón en una tienda de partes para fabricar teléfonos celulares, decidió conocer otros lugares e incorporarse como voluntario de JICA, con la idea de ayudar a las comunidades de El Salvador con un poco de sus conocimientos. Con un año y ocho meses de haber llegado al municipio de Santa María Ostuma, en La Paz, se dedicó de lleno a trabajar con la comunidad Santa Marta. Los problemas con el idioma no fueron obstáculo para compartir con las familias de las que se ganó el cariño y respeto. Sus conocimientos sobre cómo aprovechar los recursos naturales permitieron que los beneficiados incorporaran a sus hogares con carencia de luz eléctrica el sistema Un Litro de Luz, consistente en una botella con agua y cloro que abastece de luz solar a algunos hogares. La botella se llena de agua con cloro, se abre un pequeño agujero en el techo para que se inserte la mitad del recipiente por abajo del techo y la otra mitad arriba para que capte la luz solar. Este invento es colocado para que provea luz dentro de la casa en espacios oscuros y la base de la claridad es la que produce la botella con el sol. “La luz solo se aprovecha de día porque es atraída por la energía solar, es propicia para iluminar espacios oscuros para que los niños y demás personas tengan claridad en sus hogares”, dijo Hanada. Después de trabajar unos meses en Santa María Ostuma y en Ciudad Victoria, Cabañas, JICA lo envió a 93 kilómetros de la capital. Llegó a San Ignacio, en el departamento de Chalatenango, donde se encuentra actualmente y llegará hasta febrero de 2017. En este municipio chalateco ha seguido iluminando más hogares, pero también ha apoyado a los jóvenes estudiantes de Bachillerato en Turismo de San Ignacio, por medio de la elaboración de mapas turísticos. “No hay cultura menor ni mayor, solo hay diferencias”, recalca Hanada, refiriéndose a la experiencia que le ha tocado vivir en El Salvador. A visitado países de Asia, así como a Perú, Chile, Estados Unidos y Canadá, pero como turista. Nunca había estado en algún país de Centroamérica y no pensó conocer El Salvador por su trabajo como voluntario. “Me gusta contribuir a la economía y mejorar la calidad de vida de las personas; cuando regrese a mi país espero aprovechar esta experiencia con gente muy trabajadora”, afirmó el nipón. Hanada reside en la ciudad Inzai-shi, en la jurisdicción de Chibal, Japón, lugar que extraña por su familia, pero trata de compensarlo con el cariño de los salvadoreños. Es seguidor del club Barcelona, de España, le gusta practicar el fútbol con los jóvenes de San Ignacio, lo que ha propiciado tener mayor comunicación con los demás, porque considera que el fútbol es universal. Como todo extranjero tuvo que probar la comida típica de El Salvador, las pupusas, reconociendo que le gustaron. Después de dos años de trabajo voluntario en nuestro país, Hanada partirá a su tierra pero mantendrá los lazos de amistad con los salvadoreños, porque asegura que admira la cualidad de que son “muy trabajadores”.