Lacultura del encuentro
Una invitación para trabajar por la cultura del encuentro, de manera simple como hizo Jesús: no solo viendo sino mirando, no solo oyendo sino escuchando, no solo cruzándonos con las personas sino parándonos con ellas, no solo diciendo ¡qué pena! ¡Pobre gente! sino dejándonos llevar por la compasión; para después acercarse, tocar y decir: “no llores” y dar al menos una gota de vida. Así se expresó el papa Francisco, en una de sus homilías, el mensaje contenido en el Evangelio.
Detengámonos en particular en el episodio de la viuda de Naín narrado en el Evangelio de San Lucas. Hay un encuentro entre la gente que estaba en la calle. Y esta, es una cosa no habitual. Precisamente, cuando nosotros vamos por la calle cada uno piensa en sí mismo: ve pero no mira; oye pero no escucha; es decir, cada uno va a lo suyo. Y la consecuencia es que las personas se cruzan entre ellas pero no se encuentran.
Porque el encuentro es precisamente lo que el Evangelio nos anuncia: un encuentro entre un hombre y una mujer, con su hijo único muerto. Entre una muchedumbre feliz, porque había encontrado a Jesús y le seguía, y un grupo de gente que llorando, acompañaba a aquella mujer, que se había quedado viuda e iba a sepultar a su hijo único.
Este encuentro nos hace reflexionar sobre la manera de encontrarnos entre nosotros. Efectivamente, dice el Evangelio: “al verla el Señor, tuvo compasión de ella”. También cuando Jesús vio a la muchedumbre, el día de la multiplicación de los panes y tuvo gran compasión ante la tumba de su amigo Lázaro: lloró.
Una compasión, que no es en absoluto la misma que tenemos nosotros normalmente cuando por ejemplo vamos por la calle y vemos una cosa triste: ‘¡qué pena!’ Jesús no dijo: “¡pobre mujer!” Sino que tuvo compasión. “Y, se le acercó y le dijo: No llores”. Y de esa manera Jesús con su compasión se sumerge en el problema de esa señora. “Se acercó, le habló y tocó”. Dice el Evangelio que tocó el féretro. Y después obra el milagro: el de resucitar al joven.
El hijo único muerto asemeja a Jesús y se convierte en único hijo vivo como Jesús. Y hay un gesto de Jesús que enseña la ternura de un encuentro y no solo la ternura, la fecundidad de un encuentro. “el muerto se incorporó y se puso a hablar y él –Jesús– se lo dio a su madre”.
Este hecho suena actual para los hombres de hoy, demasiado acostumbrados a una cultura de la indiferencia y por eso necesitados de trabajar y pedir la gracia de hacer la cultura del encuentro, de este encuentro fecundo, de este encuentro que restituya a cada persona la propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad de viviente.
Volviendo a la descripción de la escena evangélica: la gente atemorizada glorificaba a Dios. Es el encuentro de todos los días entre Jesús y la Iglesia, que está en espera de que Él vuelva. Y cada vez que Jesús encuentra dolor, un pecador, una persona perdida, le mira, le habla, le invita a acudir a la confesión sacramental.
Es decir, este es el mensaje: el encuentro de Jesús con su pueblo; el encuentro de Jesús que sirve, que ayuda, que es el servidor, que se agacha, que es condescendiente con todos los necesitados.
Cuando digamos “necesitados” no pensemos solo a los indigentes, sino también en nuestra familia, donde muchas veces falta encuentro.
Pidamos a Nuestra Madre, la Virgen, para estar siempre pendientes de los demás.