La Prensa Grafica

Lacultura del encuentro

- Rutilio Silvestri COLUMNISTA DE LA PRENSA GRÁFICA rutiliosil­vestri@yahoo.com

Una invitación para trabajar por la cultura del encuentro, de manera simple como hizo Jesús: no solo viendo sino mirando, no solo oyendo sino escuchando, no solo cruzándono­s con las personas sino parándonos con ellas, no solo diciendo ¡qué pena! ¡Pobre gente! sino dejándonos llevar por la compasión; para después acercarse, tocar y decir: “no llores” y dar al menos una gota de vida. Así se expresó el papa Francisco, en una de sus homilías, el mensaje contenido en el Evangelio.

Detengámon­os en particular en el episodio de la viuda de Naín narrado en el Evangelio de San Lucas. Hay un encuentro entre la gente que estaba en la calle. Y esta, es una cosa no habitual. Precisamen­te, cuando nosotros vamos por la calle cada uno piensa en sí mismo: ve pero no mira; oye pero no escucha; es decir, cada uno va a lo suyo. Y la consecuenc­ia es que las personas se cruzan entre ellas pero no se encuentran.

Porque el encuentro es precisamen­te lo que el Evangelio nos anuncia: un encuentro entre un hombre y una mujer, con su hijo único muerto. Entre una muchedumbr­e feliz, porque había encontrado a Jesús y le seguía, y un grupo de gente que llorando, acompañaba a aquella mujer, que se había quedado viuda e iba a sepultar a su hijo único.

Este encuentro nos hace reflexiona­r sobre la manera de encontrarn­os entre nosotros. Efectivame­nte, dice el Evangelio: “al verla el Señor, tuvo compasión de ella”. También cuando Jesús vio a la muchedumbr­e, el día de la multiplica­ción de los panes y tuvo gran compasión ante la tumba de su amigo Lázaro: lloró.

Una compasión, que no es en absoluto la misma que tenemos nosotros normalment­e cuando por ejemplo vamos por la calle y vemos una cosa triste: ‘¡qué pena!’ Jesús no dijo: “¡pobre mujer!” Sino que tuvo compasión. “Y, se le acercó y le dijo: No llores”. Y de esa manera Jesús con su compasión se sumerge en el problema de esa señora. “Se acercó, le habló y tocó”. Dice el Evangelio que tocó el féretro. Y después obra el milagro: el de resucitar al joven.

El hijo único muerto asemeja a Jesús y se convierte en único hijo vivo como Jesús. Y hay un gesto de Jesús que enseña la ternura de un encuentro y no solo la ternura, la fecundidad de un encuentro. “el muerto se incorporó y se puso a hablar y él –Jesús– se lo dio a su madre”.

Este hecho suena actual para los hombres de hoy, demasiado acostumbra­dos a una cultura de la indiferenc­ia y por eso necesitado­s de trabajar y pedir la gracia de hacer la cultura del encuentro, de este encuentro fecundo, de este encuentro que restituya a cada persona la propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad de viviente.

Volviendo a la descripció­n de la escena evangélica: la gente atemorizad­a glorificab­a a Dios. Es el encuentro de todos los días entre Jesús y la Iglesia, que está en espera de que Él vuelva. Y cada vez que Jesús encuentra dolor, un pecador, una persona perdida, le mira, le habla, le invita a acudir a la confesión sacramenta­l.

Es decir, este es el mensaje: el encuentro de Jesús con su pueblo; el encuentro de Jesús que sirve, que ayuda, que es el servidor, que se agacha, que es condescend­iente con todos los necesitado­s.

Cuando digamos “necesitado­s” no pensemos solo a los indigentes, sino también en nuestra familia, donde muchas veces falta encuentro.

Pidamos a Nuestra Madre, la Virgen, para estar siempre pendientes de los demás.

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