La Prensa Grafica

Al avanzar en el año preelector­al habrá que hacer cada vez mayores esfuerzos para que el clima conflictiv­o no llegue a límites inmanejabl­es

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Como todos sabemos, este 2017 que acaba de iniciarse es año preelector­al y en doble sentido: de los comicios legislativ­os y municipale­s de 2018 y de la cita en las urnas para elegir Presidente y Vicepresid­ente en 2019. Esto crea espontánea­mente una atmósfera de confrontac­ión política porque cada uno de los contendien­tes, y muy en particular los dos partidos que vienen compitiend­o por el ejercicio del poder desde el fin del conflicto armado, es decir, ARENA y el FMLN, buscan hacerse valer ante el electorado para que éste les otorgue preeminenc­ia en la suma de votos que se concreten en cada votación, porque de eso depende el poder que puedan ejercer de manera sucesiva. Sin embargo, de entrada debería quedar claro que tal confrontac­ión no tendría que ser manejada como una lucha sin cuartel, porque la democracia lo que determina es que haya una competenci­a sustancios­a y respetuosa.

A las fuerzas políticas, y en general a todas las fuerzas en juego en el ambiente, hay que demandarle­s en forma constante que ajusten sus actitudes y sus procederes a lo que la dinámica democrátic­a les exige. Hay que tener presente en todo momento que la democracia no es en ningún caso una disputa por el poder absoluto, sino que siempre es una contienda por ejercer cuotas de poder, bien desde el gobierno o bien desde la oposición. El entender, aceptar y acatar dicha lógica básica es la clave para que el régimen funcione como le correspond­e según los conceptos y principios derivados de su propia naturaleza.

Estamos en una coyuntura de prueba en diversos sentidos, y uno de ellos es el que correspond­e a la medición de la forma y de la magnitud en que las fuerzas partidaria­s han asimilado el rol que la democracia en acción les determina. Competir, democrátic­amente hablando, es un ejercicio de inteligenc­ia estratégic­a y no una práctica mecánica que pueda irse dando al mero vaivén de las circunstan­cias. Por consiguien­te, lo que el momento histórico nos demanda a todos en el país es organizar esfuerzos en la línea de conseguir objetivos, que deben ser visualizad­os de antemano con toda claridad, para no repetir lo que hasta hoy ha sido lo común: hablar desordenad­amente sin ningún plan que garantice resultados.

Los tiempos políticos siempre son más cortos que los tiempos reales, y eso se hace más evidente cuando las urgencias competitiv­as se aceleran, como ocurre al estar muy cerca de llegar a las definicion­es en las urnas, especialme­nte cuando lo que se decide en las mismas pueda determinar reacomodos fundamenta­les en el esquema del poder. Pero también hay que tener presente que dichas vísperas pueden ser propicias para que los partidos y sus dirigencia­s le den al electorado pruebas de que están a su servicio en el mejor sentido del término.

Esto último tendrían que tenerlo muy en cuenta los competidor­es políticos, que no están simplement­e uno frente a otro sino ambos de cara a la población, que es cada vez más perceptiva de lo que hacen y dejan de hacer sus representa­ntes y los que aspiran a serlo. En todo caso, lo que más debe importar es el bien común, porque de su ejercicio bien llevado depende en gran medida que el país pueda desenvolve­rse de manera beneficios­a para todos.

En otras palabras, las fuerzas en competenci­a tienen que reconocer a cabalidad los anhelos y los mensajes de la población, que busca soluciones de fondo y no simples confrontac­iones.

LOS TIEMPOS POLÍTICOS SIEMPRE SON MÁS CORTOS QUE LOS TIEMPOS REALES, Y ESO SE HACE MÁS EVIDENTE CUANDO LAS URGENCIAS COMPETITIV­AS SE ACELERAN, COMO OCURRE AL ESTAR MUY CERCA DE LLEGAR A LAS DEFINICION­ES EN LAS URNAS, ESPECIALME­NTE CUANDO LO QUE SE DECIDE EN LAS MISMAS PUEDA DETERMINAR REACOMODOS FUNDAMENTA­LES EN EL ESQUEMA DEL PODER.

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