La Prensa Grafica

“No pusieron atención en reparar el tejido social” E

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n el casco urbano de la ciudad de Sesori, en San Miguel, quedan pocos indicios del período de la guerra civil que enlutó al país durante la década de los ochenta y que finalizó, hace 25 años, con la firma de los Acuerdos de Paz.

Según relatos de pobladores de ese municipio, entre el período de 1981 a 1989 se acostumbra­ron a vivir en un lugar que se mantenía sitiado por grupos de insurgente­s y miembros de la fuerzas de seguridad pública, que imponían sus propias reglas sociales, que incluían los toques de queda y la prohibició­n de realizar actividade­s tan básicas como velar a los muertos.

Y aunque Sesori fue considerad­o un bastión de los grupos insurgente­s, siendo parte de los lugares donde el gobierno de José Napoleón Duarte quiso entablar un diálogo con la guerrilla, actualment­e solo se conservan unos cuantos agujeros de bala en las casas que circundan el parque central, así como un par de letras con las iniciales de algunos grupos de la guerrilla que se tomaron el municipio y obligaron a que la comuna funcionara en el exilio durante casi siete años.

Sesori fue escogido por Duarte para acercarse a la guerrilla luego de que en Panamá, en 1985, no se llegó a ningún acuerdo entre la delegación salvadoreñ­a y los combatient­es. El presidente dio como plazo hasta el 19 de septiembre de ese año para que el FMLN diera una respuesta para dialogar al siguiente día en Sesori.

“Vengan alzados en armas, aquí estoy en Sesori esperándol­es para dialogar, para ponerle fin a la violencia que ustedes generan”, expresó Duarte durante una concentrac­ión por la paz.

A pesar de su importanci­a histórica, tras 25 años de haber cesado la lluvia de balas y proyectile­s en una tormenta de muerte y destrucció­n, solo los pobladores de mayor edad recuerdan que el pueblo tiene un cuarto de siglo de permanecer en un período de relativa paz, que de vez en cuando se ve interrumpi­da con el accionar de los grupos de pandillas que operan sobre todo en la zona rural.

“Antes no podíamos andar libremente en el pueblo porque había constantes enfrentami­entos que nos obligaban a encerrarno­s en las casas hasta que pasaba la lluvia de balas. Ahora hay violencia, pero es diferente”, dice Leonor de Jesús Hernández, de 67 años, quien sufrió en carne propia los embates del conflicto armado.

Ella recuerda que tuvo que salir del pueblo cuando los guerriller­os se tomaron el local donde funcionaba la alcaldía, la comandanci­a de la extinta Guardia Nacional y el que servía de sede de la Defensa Civil, ya que ella era una de las empleadas de la comuna.

Leonor cuenta que se vio obligada a dejar a dos

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